Informe 7: Sinón, la posverdad y un gato muerto



Me siento en un poyete que hay en la plaza de delante de casa, mi hijo juega con unos niños en el parque. Antes, justo al lado de los bancos, había un árbol del amor, en verano florecían sus hojas rosas y acorazonadas y después, en otoño, caían suavemente formando un lecho purpúreo que invadía la zona de los columpios como una nevada de nata derretida entre las fresas. A mí me gustaba refugiarme en su sombra durante la canícula y tratar de leer ilusoriamente un libro ante los constantes requerimientos de mi vástago: mira qué hago ahora, ayúdame a subir, este niño no me deja no sé qué… Ese árbol de Judea, llamado también algarrobo loco, era un consuelo estético en una plaza llena de palmeras absurdas y el único solaz ante el tedio existencial que pasan los padres en los parques infantiles, un alivio que me alentaba a pasar los minutos que a veces parecían horas. No sé por qué un día lo arrancaron, simplemente se lo llevaron, vino alguien del ayuntamiento y dejaron un espacio llano, desértico, sin árbol del amor, ni sombra en verano, ni rosa entre el azul del cielo en primavera, ni nata en otoño sobre la que andar y tratar de leer un libro. Desde entonces me siento en un poyete con semblante algo más avinagrado y observo taciturno las evoluciones de los críos. De pronto un hombre de mi edad que identifico como otro padre, también pastor de su ganado, se me acerca y me pregunta si un balón que anda por ahí perdido es de mi hijo. «No, pero cógelo», respondo haciendo gala de mi contradicción. Entonces pienso que quizás encuentre en ese hombre un compañero de fatigas arboamorosas. «Una pena lo del árbol», le digo; se encoge de hombros y sonríe amable, con una tranquilidad que me irrita. «Aquí había un árbol —añado, haciendo un gesto con la mano acariciando el aire, lo miro fijamente—, no sé por qué se lo llevaron.» El hombre chuta el balón en dirección a los niños y me dice con un tono que yo interpreto displicente: «Bueno, es lo mismo, ¿no? Lo importante es que ellos lo pasen bien».
Conocido es por todo lector avezado en el teatro isabelino el gusto de este por la autorreferencia. Quién no recuerda a los comediantes representando ante el rey Claudio el crimen que este mismo ha cometido, mientras su sobrino, el príncipe Hamlet, coautor de la obra que se está poniendo en escena, y su amigo Horacio escrutan el rostro del monarca para dar con la negra sombra de la culpabilidad en su mirada. Al final, el rey fratricida se levanta de su silla incómodo, angustiado por el remordimiento, y da por terminada la obra y por firmada su sentencia ante la mirada furiosa del príncipe heredero de Dinamarca. Este metateatro, la escenificación de un crimen que Hamlet escribe dentro de la escenificación de un crimen que Shakespeare escribe, no es más que una reflexión sobre la naturaleza de la verdad y su poder, la verdad que hiere y desenmascara solo como lo auténtico, lo real, puede o debe hacer.
Sin embargo, hay una dramaturgia muy anterior que me fascina: otra ficción dentro de la ficción dentro de la ficción. Cuando Virgilio escribe la Eneida en el siglo I a.C., la colosal continuación latina de la Iliada de Homero, narra un pasaje en el que el héroe protagonista, Eneas, fatigado superviviente del desastre troyano, consigue en su búsqueda de una nueva patria llegar a Cartago. Una vez allí es recibido con honores por la reina Dido, que lo sienta a su mesa y enseguida, sin demasiado decoro, hay que reconocerlo, le insta a que cuente su desgraciada historia acerca de cómo los teucros se dejaron invadir por los aqueos, o lo que es lo mismo, cómo la gran ciudad de Ilion (Troya) cayó en manos griegas, cómo pudo ser que la urbs que contaba con el favor de Apolo, con las murallas ciclópeas construidas por Neptuno y con el valiente Héctor en sus filas, pudiera fenecer convertida en brasa. Hay que comprenderlo: ¿cómo Dido podía resistirse a que le contaran tal historia? Eneas expresa la pereza y desaliento que le causa tener que relatar hechos tan desafortunados para su pueblo y para él mismo, pero la caballerosidad y la gratitud por ser bien acogido en patria ajena le obligan a referir una narración llena todavía de un dolor fresco. No es de extrañar que ante la crónica descarnada pero asombrosa de su desdicha Dido termine, más que apiadándose del príncipe, enamorándose locamente de él, un amor que a la postre tendrá un final funesto como el de la propia Troya.
En ocasiones, cuando les explico la guerra de Troya a mis alumnos y el desenlace con el famoso caballo de madera, se preguntan, no sin razón, cómo los teucros pudieron ser tan ingenuos y meter sin más, sin sospechar nada, esa mole dentro de la ciudad. Entonces es cuando debo abrir la última de las muñecas rusas que antes anunciaba en el párrafo anterior. Porque Virgilio cuenta cómo Eneas cuenta cómo Sinón les cuenta a los troyanos una de las milongas más bien tramadas de la historia de los engaños. La cosa acontece del siguiente modo: como muchos de ustedes ya sabrán, los griegos, desesperados ante la imposibilidad de franquear las murallas de Troya y tras diez años de sitio agotador, deciden una última estrategia ideada por Ulises. Este, Odiseo en griego, es a mi modo de ver un héroe evolucionado respecto a Aquiles, pues el de Ítaca es capaz de resolver a través de la inteligencia lo que su espada no logra; es un hombre más complejo, que usa engaños y tretas psicológicas para lograr lo que quiere, y es en esa doblez donde reside su deslumbrante modernidad. Así pues, los griegos dejan el caballo en la playa y fingen haber abandonado la costa, cuando, en realidad, se encuentran escondidos con toda su flota no muy lejos, en Tenedos. Hay varios elementos que convencen a los troyanos de que deben meter el caballo en la ciudad: erigir monumentos para tener buenos vientos era algo habitual en la época, los griegos dejan cuerpos en la playa para que crean que les ha atacado una peste, o el célebre pasaje de Laocoonte, devorado junto a sus hijos por una serpiente marina tras haber lanzado una pica al caballo. Todo ello pudo disuadir a los infelices teucros de que lo mejor era no ofender a los dioses e introducir la estatua. Sin embargo, sin ningún tipo de duda, lo que resulta definitivo en su mal tino es la aparición de un desdichado de nombre Sinón, pues este desarrapado, un hombre ya sin esperanza, les trae a los troyanos algo ante lo que todo hombre del mundo clásico, incluso moderno, sucumbía por fuerza: una buena historia.
Sinón aparece esposado en la playa troyana maldiciendo su infortunio, va ataviado como un soldado griego y es puesto ante el rey Príamo, quien le pregunta por su nombre y procedencia. Este se presenta, reconoce su ascendencia helénica y pide que lo maten sin demora, pues ya nada le pide a la vida. Antes de ejecutarlo, que para eso siempre hay tiempo, los troyanos le piden que les cuente los avatares que ha sufrido. Sinón, con una habilidad portentosa, digna del mejor actor shakespeariano, reniega de los astros y los dioses que le han abandonado, pero sobre todo se enfurece al recordar la figura de Ulises, el vil, el abyecto, el alevoso… no recuerdo exactamente el adjetivo. Según les relata el desgraciado, antes de partir, los sacerdotes griegos deciden que hay que dejar a un hombre en sacrificio a los dioses. Ulises, que odia a la familia de Sinón desde hace años, trama una estrategia para dejar a este como sacrificado; aunque a todas luces el proceso de elección está corrompido, nadie quiere reconocerlo, pues ya han encontrado a un mártir que les alivia el temor a ser ellos los elegidos. De esta manera, Sinón es abandonado a su suerte en la playa por sus hermanos de sangre para ser ajusticiado por sus enemigos; ya no es griego, es un apátrida que solo puede esperar de la vida una muerte poco cruenta. Príamo queda conmovido ante tal narración y aparece un rastro de conmiseración en sus ojos. Sinón le pide que lo mate pronto, que le alegre el día a Ulises, que al matarle hagan lo que su enemigo de Ítaca más desea. El rey de Troya, vencido por tanta elocuencia y teatro del bueno, interroga a Sinón sobre el origen y desempeño del caballo de madera que se alza ante ellos, y este les dice que es un regalo para los dioses y que tiene un gran poder. Ya nada le impide contarles la verdad: si es tan enorme solo es con el cometido de que jamás puedan meterlo en la ciudad, pues poseer esa mole les daría un gran poder, precisamente por eso es de tales dimensiones. Ante esa revelación, sin dudarlo ni un momento, Príamo decide perdonarle la vida a Sinón y, sin más dilación, y por mucho que cueste, entrar el caballo en Troya. Eneas relata emocionado este momento a Dido, le cuenta como hasta cuatro veces chocó el monumento en la puerta de entrada de la ciudad, pero ellos insistieron extasiados, borrachos de gloria, hasta que lograron introducirlo en Troya. Cada vez que se estrellaba contra los quicios, se escuchaban retumbar las armas en el vientre hueco de la bestia.
Vuelvo en mí cuando una pelota me alcanza suavemente, y un niño la coge entre mis pies y se la pasa a su padre, que está a unos metros de mi banco. Este me mira con una expresión que no sé definir, quizá piense que soy un pobre hombre que se cobija bajo la inexistente sombra de un árbol que ya no está. Busco a mi hijo con la mirada, juega en el tobogán. Pienso de nuevo en Sinón, me parece que hasta su nombre expresa una antítesis per se, una argucia. Evidentemente, nunca fue enemigo de Ulises: al contrario, era su primo y amigo. Fue aleccionado por este, dramaturgo de la farsa, Ulises le impartió clases de interpretación, le hizo memorizar todo lo que tenía que decir y cómo debía decirlo; era importante hacerlo bien pues su vida dependía de ello, corría un gran peligro si no era convincente, y de su actuación también dependían los hombres que se escondían en el caballo de madera y la consecución del plan, la conquista de la ciudad, la victoria sobre los troyanos y el fin de la guerra: todo en manos de la pericia de un improvisado actor.
He pensado mucho estos días en la paradoja del gato de Schrödinger: hasta que no se abre la caja el gato está vivo y muerto al mismo tiempo. Creo que es un experimento interesante para explicarnos a los legos en física las posibilidades de lo cuántico; sin embargo, creo que no hay que perder de vista un hecho: la verdad es una y por mucho que se esconda dentro de una caja, o sea, que a veces no la consigamos ver, eso no legitima que una cosa y su contraria puedan ser ciertas al mismo tiempo. Esa mala interpretación del ensayo científico de Schrödinger no haría más que justificar lo que hoy se conoce como la posverdad, un neologismo terrible que viene a, simple y esdrújulamente, justificar la mentira y las más abyectas falsedades; solamente porque la realidad no nos conviene, o no tenemos los medios, la capacidad o las ganas de averiguarla. La llamada posverdad no es más que el refugio de algunos para hacer prevalecer creencias, prejuicios y bulos infundados frente a lo que hasta hace un tiempo solía prevalecer sobre la superstición: los hechos.
Así pues, uno puede ser presidente de los Estados Unidos estando en contra y a favor de todo, puedes ser un liberador y un dictador en Corea del Norte, un adalid de la democracia y la represión en Rusia, crear una Unión Europea para ayudar y no ayudar a los refugiados sirios, defender como presidente de España la lucha contra la corrupción que tú mismo practicas y, agárrense, puedes proclamar una república en Cataluña y no proclamarla al mismo tiempo, ser un exiliado político por voluntad propia, un antisistema que cobra como diputado, un vigía ciego, una hucha que debe dinero, un viejoven, un jueves que es un viernes, un casado soltero, un padre sin hijos, un artista sin arte, un héroe sin mérito, un whisky sin alcohol, un vampiro vegano y un manco ambidiestro, todo de una vez.
Solo depende de ti, es el colmo del poder de la voluntad, todo es maleable a tu conveniencia. Siento aguar esta fiesta del libre albedrío y la libertad supina una vez más, pero no. No se puede defender la paz y el diálogo a punta de pistola, ni la libertad de expresión insultando desde el anonimato, no se puede violar y no violar a una mujer, pegarle y quererla con esa naturalidad, es imposible. Pienso en la finísima ingenuidad de Shakespeare, en su mirada maravillosamente utópica del mundo, cuando el impostor rey Claudio observa la verdad de su crimen y se levanta arrepentido, herido por los hechos, lastimado, afligido por la realidad, y se recluye en sus aposentos y atormentado se pregunta qué sentido tiene rezar siendo tan irredentamente culpable. Qué maravilloso sería que los incursos pidiesen como castigo un espejo, incluso una pequeña obra de teatro donde se representasen sus felonías y con eso bastase. Creo que desgraciadamente hoy no es así.
No nos engañemos, Sinón era un mentiroso, un precursor de la posverdad, que no es más que el nuevo cuño de la patraña moderna. ¿A qué clase de sociedad nos dirigimos cuando no hacemos más que pergeñar nuevos términos para sofisticar el embuste? No se puede ser griego y troyano al mismo tiempo, no se puede vivir en la creencia imbécil de que si no abres la caja podrás tener un gato eternamente vivo. Asumámoslo, no querer saber la verdad no nos confiere la virtud divina de que esta nos asista todo el tiempo, las cajas no maúllan, el gato está muerto y no querer conocer los hechos los pudre hasta que el hedor es insoportable.
Es hora de irse, llamo al niño. Miro el reloj, solo ha pasado media hora y a mí me han parecido varias edades de los hombres. El tipo del balón me mira, yo observo a su hijo y siento un poco de pena por ese crío, ya sé que no les conozco, pero pienso que su padre es una persona que no ve diferencia alguna en una plaza con árbol del amor o sin, un tío al que le parece, y cito textualmente, que es lo mismo; que es lo mismo que las ramas llenas de flores rosas se mezclen con el cielo azul en primavera, que es lo mismo que en otoño el suelo del parque se cubra o no de un lecho espumoso, que es lo mismo que uno intente leer un libro al cobijo de ese tronco, que es lo mismo encontrar una sombra plácida y fresca en verano, que es lo mismo que esas malditas palmeras absurdas, lo mismo que el solano en la cabeza, que la tierra descolorida y parduzca. No, no debería ser la misma cosa: un árbol y su vacío no pueden existir a la vez.

Comentarios

  1. Me parecía del todo imposible mezclar Sinón, la posverdad y un gato muerto en un "informe" y que el texto tuviera coherencia. Pues sí, es posible. Y no sólo eso sino que me has tenido en vilo. Nadie me había explicado de una manera tan emocionante la estratagema de Sinón. Tus alumnos deben de agradecértelo. Sigue elucubrando aunque sea en un parque infantil y sin la protección de un hermoso árbol. Anna

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  2. De nuevo una entrada que contiene a la vez una historia de interés humano y una clase magistral de literatura. ¿ Qué más se puede pedir? Pues sí, aún se puede pedir más : como amante de la botánica me he sentido muy identificada con las fatigas arboamorosas (¡vivan la creatividad en el lenguaje!) del autor. Hace pocos años me partió el corazón que arrancaran todos los magnolios que bordeaban la plaza del pueblo donde veraneo. Y es una herida que se reabre cada vez que paso por delante y veo los tristes arbolillos esqueléticos y sin ninguna personalidad con los que los sustituyeron. En esta ocasión, la lástima que he experimentado por la tala del árbol se ha visto compensada por la maravillosa descripción de los árboles de judea en general, de los que siempre había gozado visualmente pero cuyo disfrute jamás habría podido verbalizar tan bien..Gracias por este placer literario y por el sobrenombre algarrobo loco:sólo los conocía como árbol de judea o árbol del amor.
    Pero sobre todo gracias por hacerme revivir las maravillosas clases de teatro isabelino de las que disfruté en la universidad y las más maravillosas aún ,por irrecuperables, clases de latín del instituto en las que analizábamos los versos de la Eneida y seguíamos, intrigadísimos, las aventuras de Eneas y sus amores con Dido. Veo que no por conocer el desenlace de la historia ,si está bien contada como aquí, deja de interesarnos o procurarnos placer el escucharla-leerla.
    Para tus alumnos , por si les hace gracia, escuchado en la radio (sí, ¡se habla de latín fuera de las aulas!), la historia del papel que tiene la pizza en la Eneida .Minuto 7:30 de la grabación:

    http://www.rtve.es/alacarta/audios/no-es-un-dia-cualquiera/neudc-101217-verba-volant-2017-12-10t11-29-411671339/4360619/

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  3. Gato vivo y muerto, posverdad o mentira, agnotología vs. epistemología, la ausencia de un árbol que nos cobije o la existencia de una sombra tras la que resguardarnos de las inclemencias de la realidad.
    Cómo vuela este texto, profesor. Qué suerte tus alumnos, qué suerte tu hijo cuyo padre sí sabe cuánto importa que esté o no esté el árbol. ¿Cómo va a ser lo mismo?

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  4. Desde hace años me molesta, me rechina, me indigna el lenguaje ambivalente; aquel que esconde cualquier verdad? o mentira? Ya no se estilan las palabras como la verdad o la mentira. Hoy todo es posible. Y me molestan cuando la posverdad se utiliza para engañar, cuando los mas media nos informan y/o desinforman de manera interesada. Los hechos pasan a un segundo plano, mientras el “cómo” se cuenta la historia retoma importancia y le gana al “qué”. No se trata entonces de saber lo que ha ocurrido, se trata de escuchar, ver, leer, la versión de los hechos que concuerde más con las ideologías de cada uno. También en el mundo empresarial y financiero se acogen a ese lenguaje que no tiene un significado concreto que podamos identificar o más bien engañoso
    La era de la posverdad: realidad versus percepción.
    Como decía Festinguer nos surge un conflicto interno cuando notamos que la realidad choca con nuestras creencias. Cuando se produce, intentamos resolver la situación reajustando el encaje entre ese sistema de creencias y la información que nos llega del exterior; muchas veces, elegimos manipular la realidad para mantener lo primero tal y como está.
    Por el contrario, estoy convencida que para la construcción de nuestra realidad inmediata y cotidiana la percepción es vital, imprescindible para sentirnos plenos, satisfechos o para sentir todo aquello que nos falta. Nos sirve para dar una interpretación a los hechos que nos resulte válida para tirar de nuestras vidas de manera constructiva y positiva. Inma

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