Informe 9: Mulher, divino luxo, navío negreiro
Me levanto pronto, parece algo
increíble pero me levanto antes que mi hijo y mi mujer. Abro la puerta del
balcón y una bocanada de aire frío me estremece el rostro, aún contraído y
acartonado por el sueño. No recuerdo qué he soñado pero me ha dejado la cara
como una hoja de árbol seca, una de esas que en diciembre caen al suelo y la
gente pisa sin parar hasta que parecen los espejos rotos del otoño. Cierro la
puerta y doy un sorbo al café, lo siento descender caliente por mi cuerpo y se me
endereza la espalda; enseguida pienso en los minutos maravillosos que el
descanso de mi hijo me regala, pienso en él, en el niño, en que cada vez se
despierta un poco más tarde, en cómo ha pasado el tiempo, ya cinco años, en el
día que cumplió años este verano, aquella tarta, su cara, en su cara de más
pequeño, la corona de papel que lleva en esa foto de cuando los tres, pienso en
aquella fiesta no recuerdo cuál, en la que se cayó y se hizo un chichón enorme
en la frente, en cómo nos preocupamos; nos preocupábamos por todo: la leche, la
temperatura del agua, respira bien, el chupete, las legañas, el apiretal, el
bañito, los pañales, madre mía los pañales, aquel día nefasto en que me encontré
solo en el aeropuerto de Barcelona y el niño cagado modo torrencial, a punto de
embarcar y yo buscando un baño con cambiador, pero para mi sorpresa solo había
cambiadores en los baños de mujeres… Me enciendo un cigarrillo, entorno la
puerta del balcón para que se escape el humo, en la plaza no hay nadie, es
sábado e inmediatamente vienen a mi mente y de allí a mis labios calientes y
amargos de café unos versos cantados: «mulher,
divino luxo, navío negreiro»; ya sé de qué voy a escribir hoy.
Tom Zé es un
músico brasileño que me encanta, por favor no dejen de escucharlo. Perteneció
al movimiento Tropicalista y fue muy popular en su tierra. Durante décadas cayó
en cierto ostracismo y a finales de los ochenta su figura fue reivindicada y
recuperada. A partir de ese momento editó varios discos memorables; fue
entonces cuando lo conocí. De entre esos trabajos, esta mañana me ha venido a
la cabeza una canción llamada «Mulher navio negreiro» del elepé Estudando o pagode, que trata de ser una
opereta dedicada a las mujeres y al maltrato que estas han recibido a lo largo
de la historia. ¿Qué decir respecto a la situación de las mujeres? No creo que
añada nada nuevo; sin embargo, no puedo dejar de expresar hoy aquí mi
indignación sobre un tema que no tenemos ni de lejos resuelto.
Por desgracia
creo que este informe es de una actualidad rabiosa y nunca mejor dicho. ¿Por
dónde empezar? Quizá por decir que no debe servirnos el argumento de que hemos
avanzado mucho, claro que han dejado de suceder algunas cosas escandalosas que
se veían normales en la época de nuestros abuelos, pero eso no significa que
haya menos machismo, simplemente que este se transforma como los tiempos. La
cosificación de la mujer y su sexualización siguen presentes de un modo
intolerable en la publicidad, que es uno de los males de nuestro tiempo, campan
a sus anchas en internet, desde la cobardía del anonimato se levantan campañas
de corte violento contra las mujeres, los prejuicios respecto al género
femenino son el pan nuestro de cada día y, en muchísimos casos, estos hechos se
toleran, pasan inadvertidos o incluso se jalean desde el gallinero mediático de
la mediocridad intelectual en el que nos embarramos.
El presidente
de Estados Unidos es un acosador con docenas de denuncias a sus espaldas, un tipo
que se jacta de menospreciar a mujeres por su físico; un hombre agotador de
seguir y de intentar analizar. Lo peor no es que Trump sea un maníaco misógino,
lo escalofriante es que cientos de millones de personas estén de su parte, lo
increíble es que los estadounidenses decidiesen que los defectos de Hilary
Clinton eran virtudes en su oponente: decían de ella que era ambiciosa, ligada
al poder, rica, en contacto con las élites… justamente todo lo que en la pesadilla naranja era sinónimo de triunfo.
Con la salvedad de que Hilary estaba preparada para el cargo, llevaba sirviendo
toda la vida a su país, tenía experiencia, no había negocios turbios con Rusia,
sus intereses no se mezclaban con los de su futurible cargo, no era racista,
violenta, no tenía deudas, hijos psicópatas, ni un reality o el baño alicatado
en oro. Aparte de todo esto, al payaso ególatra e infantil de Donald Trump
nadie le pidió que fuera guapo, claro. En la política española se ha vertido
demasiada tinta y saliva en hablar de si Inés Arrimadas es guapa, Cospedal
tiene morbo, Soraya es bajita o Anna Gabriel se peina de esa o aquella manera,
aunque nunca nadie habla del atractivo de Rajoy, de la dieta que debería seguir
Junqueras o de las caderas de Íñigo Errejón.
Las mujeres
tienen que ser guapas y jóvenes por imperativo legal: las chicas del tiempo,
las periodistas deportivas, las de prensa escrita, las de la radio, da igual
que no se las vea, tienen que estar buenas, sí o sí. Tienen que ser guapas las
expertas en bolsa, en medicina, en política internacional, conectamos con
fulanita que cubre un incendio en Vigo, con menganita que asiste a la
presentación de tal libro, estreno teatral, fiesta del boquerón. Por supuesto
todas las actrices, las modelos, las azafatas de lo que sea, las cantantes… ¿es
posible que solo canten bien las chicas jóvenes con cuerpos esculturales?
Encontramos
sexismo radical en el deporte, en los juguetes, en los dibujos animados, en
películas profundamente machistas, en las letras de canciones que son directamente
insultantes y ofensivas para la sensibilidad y la inteligencia de cualquiera
que tenga dos dedos de frente… Y, pese a ello, nos acostumbramos a que eso se
permita, sea legal y se consuma hasta el punto de convertirlo en amoral y luego
en normal. Me encantan Los Simpson,
pero Homer es una caricatura de un ser al que deberíamos eliminar, no al que hemos
acabado cogiendo cariño: un tipo que bebe cerveza en el sofá de su casa, no
educa a sus hijos y delega cualquier tarea en su abnegada e inteligente esposa,
que ha renunciado a todos sus sueños y objetivos vitales para cuidar de ese
trozo de carne bonachón que, no lo olvidemos, la menosprecia y la maltrata en
muchos sentidos, aunque luego se arrepienta y recorra la ciudad para encontrar
una caja de bombones y pedirle perdón una vez más. Marge es una mujer libre que
se merecería respeto, un marido que haga algo más que quererla, que sea un
auténtico padre para sus hijos y un compañero que comparta la vida de igual a
igual con su pareja, hay demasiadas Marge Simpson en el mundo a las que nos
hemos acostumbrado.
No creo que yo
sea un histérico por exigir lo que es justo, no creo que sea un radical, no
creo que esté exagerando, ni estoy loco, ni tengo la regla, ni creo que sea uno
de esos a los que nos gusta hacernos notar, excesivamente intenso, egocéntrico.
Lo siento si no soy lo que a muchos hombres les gustaría que fuésemos los
feministas, quizás no soy fino ni elegante, siempre en mi sitio, siempre
sabiendo estar, inteligente pero discreto, que no se me note que entiendo las
cosas, silencioso y sonriente con mi bandeja de Ferrerro Rocher, si no soy ese
gran padre, ese pilar que sufre por todos. Lo siento si no quiero que mi mujer,
ni mi hija, ni las hijas de nadie sean esas grandes mujeres que hay detrás de
todo gran hombre.
No creo que yo
sea un histérico si pienso que las mujeres no son mejores en función de lo que
se parecen a los hombres. Golpea como un hombre, bebe como un hombre, bromea
como un hombre, muerde, compite, lucha, acojona como un hombre…, pero al final cobra
como una mujer, ¿verdad?, y tiene la mala leche de las mujeres que son pérfidas
e intrigantes y les van los chismes y no pueden ser amigas entre ellas y no
olvidan y bla, bla, bla, bla… El problema radica en que esos tópicos absurdos
sobre la feminidad, como el de que las mujeres son más sensibles que los
hombres, terminan por calar en las propias chicas, que tratan de ser un ideal
inalcanzable de virtud, una especie de supraindividuo creado por los poderes
fácticos masculinos de la empresa, la política y la religión que las condena a
una insatisfacción crónica por no lograr lo que es imposible lograr y así
convertirlas en culpables, y de la culpa nace la sumisión y la gratitud a su captor.
No creo que yo
sea un histérico por recordar la invisibilidad de las mujeres en la historia,
la opacidad buscada de sus logros y su pensamiento. Aprovecho para reivindicar
a algunas de ellas, como la sobrina de nuestro fundador, Caroline Bartlett Crane,
maestra y periodista que terminó por crear la primera reforma de salud pública
en Estados Unidos. No creo que yo sea un feminista abducido por lo
políticamente correcto si reclamo un trato médico y ginecológico justo para las
pacientes mujeres, una solución para el enorme problema de la prostitución y
sus lucrativas mafias, no creo que sea de locos reclamar derechos laborales
igualitarios, sueldos, reconocimiento y respeto por las personas que quieren
tomar decisiones libres sobre su cuerpo, su maternidad, su profesión…
Estos últimos
meses han proliferado los casos de abusos sexuales y conductas inapropiadas por
parte de algunos productores y actores de Hollywood, muchos de ellos una mancha
de pajilleros patéticos que se dedicaban a refriegas y exhibiciones
lamentables, luego vienen los monstruos violadores y los asesinos que vemos en
las noticias cada día, gente que mata a sus parejas delante de sus hijos y
otras atrocidades indescriptibles. Es probable que el machismo se mezcle con la
estupidez y violencia de nuestro tiempo, que la crueldad, la posesión, el
materialismo, la superficialidad y la falta de valores en general tengan efecto
en todos nosotros y se ramifiquen en el maltrato a las mujeres igual que en
otras muchas direcciones; sin embargo, si tenemos problemas con el racismo, con
el clasismo, con las minorías, las tensiones territoriales… ¿qué les sucederá a
las mujeres pobres? ¿a las mujeres homosexuales? ¿a las mujeres negras? ¿a las
mujeres musulmanas? ¿a las mujeres refugiadas? La minoría más maltratada de la
historia de la humanidad resulta ser la mitad de la misma, así que cabe hacerse
la siguiente reflexión: quizá haya que dejar de pensar tanto en las mujeres y
empezar a pensar ¿qué cojones nos pasa a los hombres? ¿Por qué después de tantos
siglos hay tantos que siguen siendo incapaces de relacionarse normalmente con
una mujer? ¿Por qué hay todavía tantos hombres que las temen o las idolatran,
las convierten en princesas o en putas, las ven como sus madres, sus abuelas,
sus profesoras de francés del instituto? ¿Por qué les sigue agrediendo la
diferencia? Quizá no se puede esperar nada de un mundo en el que a todos les
incomoda todo, donde a unos les irrita que se hable catalán, a otros que seas
del Real Madrid, musulmán, gay, que estés gordo, que seas de izquierdas, que
comas carne, que blandas una u otra bandera, que pienses eso o aquello… ¿cómo
no se les va a hacer insoportable una persona con pechos y vagina?
Y aun así, una
mujer ha sido su madre, su esposa, lo será quizás su hija, la pareja de su hijo.
Hombres del mundo, ¿qué nos está pasando? Soy consciente de que muchas mujeres
son machistas y que el trabajo de educación es ingente para todos, nadie nace
odiando, ni menospreciando a un colectivo, eso se aprende despacio, te va calando,
y precisamente por eso se puede arreglar. Estoy convencido de que uno de los
retos que es imprescindible ganar en el próximo siglo, además por supuesto del
medioambiental, es el de la igualdad. El siguiente gran paso que la humanidad
debe dar lo debemos dar los hombres del planeta. Basta ya de hacer gestos,
basta de ser solidarios, basta de comprender a las mujeres, basta de ayudar, de
minutos de silencio, de duelos, de caridad, no hay que hacerlo por ellas, ni
para ellas, hay que hacerlo por la dignidad del ser humano, como especie que
transita por este mundo sobre dos pies, la espalda erguida y la cabeza alta.
Miro absorto
la plaza de delante de casa, ha abierto el quiosco. Termino de un sorbo el café
y aplasto el cigarrillo en el plato, algunos rayos de sol colorean las plantas
del balcón, hace frío pero el cielo es azul, radiante. Mi hijo se ha levantado
y ha corrido descalzo hasta mi habitación, me llaman desde la cama Qué rápido
ha pasado el tiempo, cinco años ya, el cumpleaños, la fiesta, los chichones, el
Dalsy, el pediatra, los reyes magos, la feria, el tobogán, los piojos, la
bicicleta, los zapatitos, la mochila, la cuna, el moisés, el chupete, los
pañales, madre mía los pañales, y yo en el aeropuerto, solo, llamándome a
embarcar, con aquella cosa pestilente y torrencial entre las manos y en el lavabo
de hombres del aeropuerto de Barcelona no había cambiadores. Sí,
definitivamente, ya sé de qué voy a escribir esta mañana: ¡ya voy! ¡ya voy!
Sigo canturreando «Mulher, divino luxo,
navio negreiro».
No puedo estar más de acuerdo con todo lo que dices, tanto que casi lloro de emoción. Y precisamente hoy he leído en el periódico la necesidad de poner cambiadores de bebés en los lavabos de los hombres. Ya ves, un éxito si se consigue. En este informe no has hecho elucubraciones filosóficas ni te has ido "por las alturas", has aterrizado en el mundo de cada día, tan real que pone los pelos de punta y más si piensas que ese trato a las mujeres tiene que superar todavía un sin fin de barreras. No nos rindamos. Anna
ResponderEliminarComo dicen los griegos: De tus labios a los oídos de los Dioses
ResponderEliminarNo se puede decir ni más ni mejor: Perfecto. Aplausos. Laura
ResponderEliminarMuchas gracias Laura, a ti y a todos los que os tomáis la molestia de leer y comentar nuestros textos os estamos muy agradecidos.
EliminarVagar e hilar. Dejamos vagar en libertad sensaciones, pensamientos, divagamos. Parece que solo estamos ensimismados, pero vamos hilando, tejiendo análisis e ideas que no salen en la vorágine de la prisa de nuestro mundo. Me gusta tu modo de introducir los temas y de rematarlos, de llegar al final por el principio.
ResponderEliminarEl tema de tu artículo es fundamental en la vida de todos. Cuanto cambiarían nuestras vidas si hombres y mujeres compartieran organización, tareas, sentimientos, ideas, formas de hacer. Me pregunto cuanto más ricas serían las vidas de todos.
Me haces pensar que somos afortunados de plantearnos este tema de la igualdad entre hombres y mujeres, porque fuera de nuestro pequeño mundo occidental y europeo, este debate queda lejos de sus prioridades.
Son importantes tus artículos, nos aportan temas sobre los que reflexionar y tu visión nos abre puertas, nos da pistas sobre nuevas perspectivas. Inma
Imposible describirlo mejor. Eres un mago de la comunicación. ¡Enhorabuena!
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