Informe 2: El contexto
Bienvenidos al contexto, el patrón en el que se desarrollan
nuestros pensamientos y acciones.
Está en
nuestro interior (al menos desde que empezó el Romanticismo) pensar que con
nosotros se rompió el molde, que somos los más originales y nuevos. Esta idea
es aplicable a nosotros como individuos y también a nuestra generación, que sin
duda fue la mejor, la más original y la más molona, la más nostálgica y la más
egebesca...
Esta
presunción nuestra de originalidad hace que miremos de manera deformada al
pasado. En esta ocasión le echaremos la culpa de esta mirada sesgada a... Un
segundo, voy a hacer girar la ruleta que tengo en mi escritorio para ver en qué
recae la culpabilidad... Unas vueltas y... ¡Le ha tocado al cristianismo (y, en
menor medida, la flechita le toca un poco, al marxismo)! En esta ocasión va a
recibir por su idea de que la vida es un subidón continuo para los fieles que
acaba en ese after avant la lettre que todos conocemos como Paraíso.
Bueno,
quizá he simplificado un poco, esto no es exactamente así. La idea cristiana
que nos llevó al progreso y a salir de la concepción circular del tiempo que
dominaba en la inmensa mayoría de las culturas antiguas (aunque sobrevivió
hasta tiempos modernos, véase la letra de la canción de Kortatu «Mierda de
ciudad»), esa idea es que la historia es una especie de obra en marcha que cada
día va a mejor hasta acabar en ese superfiestón que va a ser el Juicio Final. Y
sí, tranquilos, todos estamos invitados... pero solo a la cola. En la puerta se
encuentra esta prefiguración del portero de discoteca que es san Pedro, quien
decidirá si entramos o no. Un consejo: por si acaso no os presentéis con
bambas.
Vale, tal
vez esta idea tampoco era cristiana, sino más bien hebrea, con todo el rollo
ese del Mesías que nunca puede llegar a aparecer. A mí me suena a una especie
de Esperando a Godot, pero en este caso Godot es un disc-jockey tipo
David Guetta que nos va a liberar a todos como pueblo elegido y nos va a llevar
a Ibiza. Pero no os asustéis, no es Ibiza de verdad, o sea que no vamos a
dormir en un furgoneta pagando 600 euros al mes; es una Ibiza grande como
Brasil. Eso dicen, aunque yo no las tendría todas conmigo.
A estas
alturas todavía no he empezado a hablar del contexto. Un poco de paciencia, que
allá vamos. ¿Dónde estábamos? ¡Ah, sí! El marxismo cogió este concepto de
progresión y cambió algunas cosas: por ejemplo, dejó tal cual el Purgatorio,
aunque cambiándole el nombre por otro mucho más molón como es «dictadura del
proletariado» (vale, no es molón) y le puso «sociedad igualitaria sin clases»
al Paraíso. Igual que los cristianos no han visto el Paraíso ni en pintura
(bueno, en pintura sí), los que vivían bajo el comunismo tampoco vieron esta
sociedad igualitaria ni en pintura (bueno, igual que los cristianos, pero esta
vez en una obra de realismo socialista). Hasta aquí el prólogo del artículo,
que en apariencia no tiene mucho que ver con el resto.
Mi tesis
(la cual es probable que no tenga nada de original, pero ahí me doy la razón a
mí mismo) es que miramos a las gentes del pasado por encima del hombro en
cuanto a la moral. La escena siguiente no tendrá lugar (solo veo posibilidades
de que se produzca en el after judeocristiano), pero si nos cruzáramos con
cualquier persona que ha vivido antes de mediados del siglo xx, levantaríamos la nariz en señal de
superioridad y, cuando lo dejáramos atrás, echaríamos un vistazo entre
compasivo y engreído por encima de nuestro hombro y pensaríamos «¡Qué atrasado,
pobrecillo!».
Es cierto.
Mira qué tolerantes somos. Nosotros sí que tratamos bien a las mujeres, a los
negros, a los homosexuales, a los zurdos e incluso a los seguidores de deportes
como el curling, no como esos bárbaros que vivían en la antigüedad... Nosotros
somos gente guay de verdad, se nos puede llevar a todas partes, que siempre
lucimos, quedas bien con nosotros y dejas a la peña pensando: «¡Qué gente tan
tolerante!».
Sin
embargo, si empezamos a rastrear el origen de nuestras ideas y convicciones
personales y a retroceder hasta encontrar de dónde provienen, nuestro orgullo
puede salir dañado en el proceso, pues resulta que la gran mayoría de estas
concepciones que nos hacen tan molones ya campaban por el ambiente en el que se
desarrollan nuestras vidas. Lamentablemente, estas ideas no han surgido de una
iluminación de nuestro cerebrito, el cual, con mucho esfuerzo de reflexión, nos
hizo ver, por ejemplo, el crimen contra la humanidad que suponía no colocarse a
la derecha en las escaleras mecánicas. Eso nos lo dijo la megafonía del metro.
La gran mayoría de nuestras ideas
son los conceptos preponderantes en nuestra época, y si queremos ser un poco
más precisos, en muchos casos simplemente se trata de aquellos que predominan
entre nuestro espectro ideológico familiar y social.
Qué deprimente,
¿verdad? Parece que los amigos de la conspiranoia tienen razón: existen unos
titiriteros que manejan los hilos y deciden el marco en el que vamos a pensar y
qué nos va a parecer tolerable u odioso.
Sin embargo, en vez de quejarnos
y llorar por la leche derramada, quizá sería aconsejable que reflexionáramos y
entendiéramos que las innovaciones (o retrocesos) que aportamos al marco del
presente son las que moldearán el contexto del futuro. Es decir, que sin las
sufragistas y las primeras feministas, los antiesclavistas y los activistas por
los derechos de los gais no estaríamos aquí. En tus manos está manipular el
futuro, aunque, recuerda, solo hay una cosa segura: nuestros descendientes
seguirán pensando que son mejores que sus antepasados.
"Manipular el futuro" es un maravilloso eslogan de campaña electoral, ahora que vivimos en una (¿grande? ¿libre?) permanente. Con su dosis justa de realismo ("manipula"), de ilusión ("futuro") y esa pizca de cinismo tan necesaria que supone la frase en sí misma.
ResponderEliminarTu Informe tiene tantas ramas para la reflexión que hacen falta varias lecturas para abarcarlas. Sigo en el empeño.
Felicidades por vuestro advenimiento (ni más ni menos), Sociedad Bartlet-Crane (Propuesta de Informe: de dónde viene el nombre del blog).
Reflexionar y reflexionar, siempre reflexionar, es lo que se dice y se ha dicho siempre y se seguirá diciendo, pero, quién lo hace de verdad. ¿Y siempre vale la pena? ¿No podría ser que por una vez nos dejáramos arrastrar y que lo que sea ya sonará? Te aseguro que hemos sido una generación -la mía- reflexivos y responsables hasta la saciedad. No consigo información del tal Samuel Bartlet-Crane, ¿existe?
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