Informe 3: La gente es imbécil



Por mucho que uno le eche buen humor, no es posible dejar de observar cómo, hoy más que ayer, la estulticia campa a sus anchas por el mundo. Igual que una somnolencia boba y letal va aturdiendo al conductor en la hora de la siesta, la estupidez detenta y abusa de las exánimes mentes que se tambalean vacilantes, crudas o trágicamente carentes de la irrigación necesaria para lo elemental. En resumen, la gente es imbécil.
Venedickt Eroféiev nos describe un delirante viaje en tren desde Moscú hasta la población de Petushki. En su libro, que lleva por título el nombre de dichas ciudades, el autor ruso, inmerso en plena alucinación alcohólica, confiesa haber tomado conciencia de que es tonto el día que alguien le reprochó ser, al mismo tiempo, dos cosas a su parecer contradictorias: aburrido y frívolo. «Porque si un hombre es inteligente y aburrido, no desciende hasta la frivolidad. Y si es frívolo e inteligente, no se permitirá ser aburrido. Pero yo, papanatas de mí, sé por lo visto combinar ambas cosas.»
Y no es el único, claro, más bien vive en aplastante mayoría. Con la salvedad de que al menos Eroféiev fue capaz de darse cuenta de su supuesta necedad, lo cual lo convierte en un águila entre la multitud imperante.
No se trata pues de hacer una lista de agravios y ultrajes a la erudición y la sapiencia, ni de sacar a relucir nombres propios de políticos y otras figuras públicas; tampoco se trata de hacer acopio de la ignominia y vergüenza que pasan las lenguas de Cervantes, Shakespeare o Goethe cada vez que las violentan tales patanes venidos absurdamente a voceros públicos de la deficiencia; no, tal lista sería una letanía infinita. Hoy debemos referirnos a la gente, al pueblo llano, a la masa que se esconde agazapada en el anonimato de las redes sociales, al otro lado del televisor, cuchicheando sandeces en un rincón de su oficina, en el autobús, en el parque y en los comercios de su barrio, a ese hato de cretinos que conforman nuestra gloriosa sociedad del bienestar. Hoy, debemos referirnos a ellos y preguntarles a todos: ¿por qué sois tan gilipollas? ¿Por qué sois tan obstinadamente frívolos y aburridos al mismo tiempo?
La temporada pasada un jugador de la NBA, que por cierto es una gran estrella de las que forran las carpetas de los niños, dijo que no estaba seguro de que la tierra fuera redonda; vamos, que, para él, la tierra era plana. Ante la estupefacción y reprobación en las redes sociales de un grupo, a mi modo de ver, demasiado reducido de personas, algunos compañeros de equipo, otros jugadores de la liga y una legión de fans lo defendieron a capa y espada, aduciendo el peregrino argumento de que era su opinión y de que, al fin y al cabo, era tan respetable como la de cualquiera.
El mundo está poblado mayoritariamente por personas memas, desequilibradas o preñadas de mala fe, a veces las tres cosas a la vez. Solo hace falta salir a la calle y observar unos minutos; quien diga que no lo percibe así, será porque es uno de ellos. No soy capaz de asegurar si siempre ha sido igual, ni si es posible que la cosa cambie, pero constato que vivimos en el reverso oscuro de los tiempos apolíneos, incluso en la otra cara de la moneda de una era dionisiaca.
Personas adultas que van por ahí cazando pokemons, saltando de azoteas, consumiendo vorazmente el producto que les ordenan, creyéndoselo todo, adictos al teléfono, contando compulsivamente calorías, peleándose por un fuera de juego, hablando a gritos, haciendo gimnasia en la calle como en una terapia de grupo deficiente, riéndose de la gente más sensible o inteligente que ellos, aborregados en la búsqueda de una razón de ser, algo colectivo, una masa informe, un consuelo de tontos que les diga cómo, cuándo y en qué pensar. Así asistimos periódicamente a un goteo agobiante de alucinaciones colectivas, donde una cosa y su contraria pueden darse al mismo tiempo, los hechos se convierten algo de lo que sospechar y las opiniones subjetivas, y a menudo estúpidas, en posverdades fulgurantes y fugaces como lágrimas de San Lorenzo. Todo pasa rápido, porque es demasiado inconsistente para durar, pantalla pasada.
Por no quedar en este erial, no queda ni el cínico que no creía en nada, pues este denotaba una cierta mirada sagaz, una distancia presuntuosa y una perspicacia que lo dotaban de una opinión algo más propia, de un espíritu crítico más ético. El cinismo ha muerto, lo ha sustituido una corrección agresiva, una sociedad llena de mentes tan saludables como aterradoras. La oferta es tan inmensa que siempre hay un lugar, un medio o una persona que te diga lo que quieres oír, ya que la idea de libertad se ha cimentado en la creencia de que lo que te hace libre es poder elegir entre muchas opciones, y no en poseer el conocimiento para que esa elección sea personal y fundamentada.
Las personas con las que convivimos no toleran la frustración, son menores de edad avanzada y su inmadurez radica en que la vida moderna se lo ha solucionado todo: les ha dado herramientas para engañarse adecuadamente, les ha explicado que hay muchas inteligencias y que seguro que alguna de ellas poseen (aunque no les hablan de la tontería múltiple en la que se han doctorado honoris causa), les han dado una excusa para cada mala acción, un miedo para cada insurgencia, una tarjeta de crédito para cada deseo, un cirujano para el paso del tiempo, la tecnología para seguir viviendo en una infancia lúdica, el trabajo, el matrimonio y los hijos para sentirse adultos y las pastillas para soportarlo. Una solución mágica para todo, excepto para su denigrante falta de cultura y pensamiento crítico, para eso no hay una receta apresurada, con resultados inmediatos, divertida y que te obligue a gastar dinero. Por eso la gente odia el saber, porque les hace infelices: no pueden comprarlo en el Corte Inglés, ni en Apple, ni bajárselo, ni regalarlo con una tarjeta que diga «te lo mereces», porque la realidad es que no lo merecen y eso les jode, les hace sentirse un poquito menos triunfadores y, ya se sabe, aquí todo el mundo tiene que sentirse un ganador todo el rato, ser lo que quieran ser y vivir como dicen en su perfil de Facebook.
El nivel de majadería colectiva es tan desmedido que las consecuencias de ello son nuestra cotidianeidad: una sociedad pacata, cobarde, envidiosa, iletrada, cainita, fanática y en general bárbara que se escuda en bobadas como el progreso, la empresa, la misa, la patria, el ir tirando, el ya se sabe, tú también lo harías, América primero, el dinero manda, la bandera, el minuto de silencio, el vestirse por los pies, una grande y libre, el mandat democràtic, las pollas en vinagre, las comedias románticas, el cotilleo, la sencillez y la campechanía, por cierto cómo puedo llegar a odiar la sencillez y la puta campechanía, todo eso para disimular el absoluto oscurantismo en el que nos embarramos cada día.
Podría ser políticamente correcto y decir que hay que ver cómo somos los humanos, incluirme en esta nómina, pero no, lo siento, algunos no somos así. Por fortuna he conocido en mi vida mucha gente que piensa y tiene curiosidad por saber, también personas que me dan sopas con hondas, ante las que callar, escuchar y aprender. Ya sé que hoy en día sentirse intelectualmente por encima de la media está mal visto y es normal, a los idiotas no les gusta sentirse como tal y la agudeza les agrede. Ya sé que lo que está de moda es rebajarse a niveles abyectos para ser aceptados por la turba, para que la manada se relaje y todos podamos sentirnos iguales; es curioso como una de las aportaciones del capitalismo es igualarnos en la ignorancia, ahora somos comunistas en la tontez. Aceptamos que uno tenga cien millones y cien millones se mueran de hambre, aceptamos que alguien nos mire por encima del hombro siempre que sea muy rico, porque en realidad la capacidad de ganar dinero es la cualidad que más admiramos en un hombre, aceptamos la desigualdad y la injusticia en muchas y diversas formas: el clasismo, el machismo, el racismo…, lo único que no soportamos es al humanista íntegro.

Lo irónico de este artículo es que el noventa y nueve por ciento de la gente que lo lea no se va a dar por aludida e incluso pensará que tengo mucha razón, lo cual solo hace que probar mi tesis. Ya está, no le doy más vueltas, la gente es imbécil, nada más. 

Comentarios

  1. Después de leerte no sé en que grupo colocarme, voy a decir que en ninguno, que yo soy yo y que pienso, siento, me manifiesto, me sulfuro, me reconcomo , me cabreo, amo y un largo etcétera como a mi me da la gana. Lo que está claro es que me molestaría muy mucho ser imbécil. Anna

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares