Informe 6: Las terceras personas
La tercera persona ha muerto. ¡Viva la tercera persona!
Muchos
dirán: «¿Y ahora de qué habla este?». Otros pensarán que eso confirma los
rumores de que la ausencia de informes bartlecraneanos durante la semana pasada
se ha debido a la estancia temporal del autor en un sanatorio. Algunos, yo
entre ellos, se preguntarán a dónde llevará este principio. Por favor,
acompañadme todos.
Bueno,
quizá los rumores de la muerte de la tercera persona sean un poco exagerados.
Todos, de hecho, sin excepción, hemos sido terceras personas en boca de otros
(para aquellos que hablen de sí mismos en tercera persona como si fueran
futbolistas psicópatas, aún conservo el teléfono del sanatorio).
Y algunos no solo han sido terceras personas gramaticales,
sino también terceras personas carnales. Con ese término de nuevo cuño
me refiero a ese estado de indeterminación gatodeschröndigueresco, donde
alguien es consciente de que existe (para aquellos que sientan que no existen,
me remito al punto anterior y a la asistencia de segundas o terceras personas,
en este caso tituladas en psiquiatría) pero un miembro de una pareja ajena a él
niega su existencia. Sí, amigos, no se entiende nada de lo que he dicho pero no
estoy hablando de lógica proposicional o de física cuántica. Me refiero a la ya
paradigmática frase «No hay terceras personas».
Quizá no nos hemos percatado de sus ecos antidescartianos al
pronunciarla («Pienso que tú no existes») o sartreanos al oírla («El infierno
son las terceras personas, y a veces las segundas»), pero de esta forma tan
inocente puede que se iniciara el proceso de destrucción de la tercera persona.
Otros elementos de la sociedad prefieren envolverla en una
neblina. Todos habremos oído alguna vez en el transporte público que «Por culpa
de terceras personas el servicio de metro ha quedado interrumpido». Qué manera
más existencial de hacerte llegar tarde; tal vez antes era más preciso cuando
el mensaje decía que «una persona ajena al metro» era culpable, pero ¿acaso no
somos todos ajenos al metro?, ¿hemos conocido a alguien que nos recordara de
manera extraña y sensual a la línea verde? Perdón, me estoy descarrilando.
Sí, amigos, he cambiado de párrafo pero no quiero bajarme
del vagón de este tema. Siempre he tenido claro que yo (cada uno puede
aplicárselo a sí mismo) era la primera persona (de nuevo, cuando comiences a
notar que la usas para frases del estilo«Yo, Napoleón, emperador de Francia» o
«Yo, Juana de Arco», tengo un teléfono que puede interesarte). Sobre la segunda
persona implícita en la frase, desde el primer momento que oí esta advertencia
tuve serias dudas: ¿se refiere tal vez al metro?, ¿nos está hablando el
transporte público?, ¿es una personificación?, ¿o tal vez un milagro como los
de Fátima?, ¿acaso que los servicios públicos empiecen a usar figuras
literarias no es un síntoma de que algo no va bien? Y luego llega el quid de la
cuestión: las terceras personas, las culpables del retraso. Observemos que para
dotarlas de mayor vaguedad, las pluralizamos, pero a fin de cuentas son el
otro, el que no está presente o interviniendo en esa productiva conversación
con la megafonía del transporte público.
Y a eso voy: las terceras personas cada vez están menos
presentes en nuestras vidas, al menos materialmente. Una de mis hipótesis es
quizá todo empezó a joderse cuando dejamos de necesitar a otra persona para
hacernos una foto a nosotros mismos. Ya casi nos hemos olvidado, pero las
autofotos analógicos (voy a obviar el tema de los disparadores automáticos
para, en este caso, no joderme el argumento) se caracterizaban normalmente por
algo: eran sesgadas, como suele ser el caso de aquello que discurrimos o
teorizamos sin intervención ajena. Las que te hacían los demás no eran fotos
muchos mejores pero al menos servían para echarle la culpa a los demás (y, por
una vez, con razón).
Al final te dedicabas a hacer fotos de aquello que tenías
delante. Estoy seguro de que el nivel general de las fotografías que se hacen
en la actualidad es infinitamente mejor que en el pasado pero, no sé, antes no
desprendían un aroma tan reconcentrado, casi masturbatorio (algunas de ellas
literalmente, pero no me refiero a esas) como lo emiten ahora.
Vivimos en un sistema verbal, posicional (aquí/ahí/allí;
este/ese/aquel) y religioso de tres elementos, pero esto no es algo universal:
en catalán y en inglés, por ejemplo, solo hay dos posiciones; en la India,
miles de divinidades; en el Olimpo,
un porrón, por no hablar de Twitter. No hay ninguna razón para pensar que no
sea posible un idioma con seis personas verbales del singular o incluso con
catorce (¡muy útil para las orgías multitudinarias!).
La primera persona, yo mismo; la segunda, nuestro
interlocutor; la tercera, el otro, el ajeno, él o ella. Quizá la tercera
persona vive sus últimos días como ente real de uso, y esto es bastante malo de
por sí, pero es incluso peor lo que significa simbólicamente: la agonía de la
empatía con lo ajeno. Muchas veces he pensado para qué sirve la literatura;
normalmente para nada, pero cuando es buena de verdad nos proporciona algo
único: meternos en la cabeza de los demás, ser otro, saber cómo piensa el ajeno
y el similar, sentirnos consolados por haber encontrado un alma gemela o
fascinados al ver cómo son el bien o el mal puros, una experiencia única que ninguna
otra disciplina permite. Ser ellos. No dejes morir a los demás en tu cabeza. Sí
hay terceras personas.
¿Te referías a terceras personas del singular o del plural? Porque la del singular muchas veces es un auténtico coñazo y las del plural, como pueden ser un mogollón, ya te da igual. Lo que he encontrado acertado es esa falta de la tercera persona cuando te quieres hacer una fotografía con una cámara como las de antes, entonces, si lo piensas bien, es un elemento importante. Aquel camarero amable o un transeúnte que se ofrece... ¿Dónde lo encuentras hoy? Muy sutil tu artículo. Anna
ResponderEliminarEl último párrafo es magistral. Qué bien si nos aprendiéramos aquella maxima rimbaudiana de "Je est un autre"; qué bien entendió el poeta vidente el propósito de la literatura. Gracias por iluminarnos con tu artículo.
ResponderEliminarFdo: Bogdana