Informe 8: Desnatados
A veces me quedo mirando el zumo de naranja recién exprimido
con la esperanza de ver volar las vitaminas. Nunca lo he conseguido y sé
positivamente que es una estupidez, pero eso no es óbice para dejar de hacerlo.
Así somos los seres humanos, más simples, visuales y presentistas de lo que nos
pensamos: queremos ver para creer. Bueno, perdón, quería decir «éramos». Luego
llegaron la posverdad y sus refuerzos y nos jodieron aún más: ahora vemos lo
que creemos. Parafraseando lo que se decía antiguamente en las redacciones de
periódicos, que no venga la realidad a joderte tus fantasías.
Ya sé que
mi estimado colega habló sobre la posverdad en su informe anterior, pero los
seres humanos también somos así: gregarios y, no voy a negarlo, culoveoquieristas.
Pero ¿qué
es la posverdad? ¿Nace como una pequeña y pizpireta certeza, empieza a juntarse
con malas compañías, se fuma un porro y acaba en desintoxicación en la
Fundación de Ayuda contra la Mentiradicción? Aún más importante, ¿por qué no
existe la posmentira? ¿Y la preverdad? ¿Para cuándo una vertira o mendad? Me
gustaría contestar a estas preguntas pero, en lugar de eso, voy a dejar que las
responda ella misma. Con ustedes, la posverdad. Un fuerte aplauso.
andrés: Es un placer tenerte aquí por
escrito.
posverdad: Gracias a ti por invitarme a
dar mi versión. Soy una gran admiradora de vuestro blog y, en especial de
Samuel Bartlet-Crane, vuestro fundador e inspirador. Me gustan mucho más tus
informes que los del otro.
andrés: Oye, Posverdad, todo bien, pero
no nos la intentes colar, que hasta que te mandé un email, no sabías ni quiénes
éramos.
posverdad: Vale, vale, es posverdad, no
tenía ni zorra. Pero tienes que entenderlo, es superior a mí. Soy como el
escorpión de la fábula, ¿sabes? Jajajajaja. (Con risa histérica y cantarina
en todas sus carcajadas.)
andrés: Me gustaría mucho oír solo tus
palabras hasta el final del artículo, así me ahorraría de escribir nada más por
hoy, pero eso sería injusto para todos los lectores que nos han enviado sus
preguntas para ti.
posverdad: Hey, hey, pero eso no puede
ser, cariñito. Si esta entrevista se está redactando en directo y no has
anunciado previamente que yo venía, ¿cómo vas a tener preguntas de tus
radioyentes?
andrés: Perdona, perdona, es posverdad,
será tu influencia. Allá voy con mi duda: ¿se nace Posverdad o se hace?
posverdad: Jajajajaja, me gusta mucho que me hagas esta
pregunta. Leo mucha prensa y, últimamente, todos los periódicos hablan mucho
sobre mí, pero siempre dando una versión en abstracto, como si yo fuera gaseosa
y no un ente físico, casi espiritual, jajajaa. Para empezar, soy medio gabacha,
medio yanqui. La posverdad es que soy hija del relativismo francés y viví mi
adolescencia en el mayo del 68, una época muy loca. Antes era muy monógama: ese
rollo de que la verdad es una y tal, jajajaja, pero, gracias a unos chavales
tan majos como Derrida y Foucault, vi que se abría ante mí un nuevo mundo y
entré en el mundo de las orgías perspectivistas, donde todo el mundo quería meter
cuchara, tú ya me entiendes... Jajajajaa, ¡qué época tan loca!
andrés: Y después de esa época de
coyunda intelectual y de la otra, decides mudarte a Estados Unidos.
posverdad: Huy, sí, era un momento donde
a los americanos les gustaba mucho todo lo francés, ya me entiendes,
jajajajaja...
andrés: A ver, Posverdad, no te pierdas,
por favor.
posverdad: Perdona, guapo, pero para una
oportunidad que tengo de sacar esta faceta tan pícara de mí, no puedo
resistirme. Llegué a California en los estertores de lo hippy y ya vi que la
gente se estaba volviendo más conservadora. Tuve una especie de revelación casi
religiosa, me cambié de sexo y me rebauticé como lo políticamente correcto.
andrés: Ah, acabáramos, o sea que eres
tú. Ahora entiendo más cosas...
posverdad: Sí, fue una época más
aburrida en cuanto al cancaneo, pero ¡triunfé como la Coca-Cola, chato! Iba por
todo el mundo y «políticamente correcto por allí, políticamente correcto por
allá», jajajaja, era como el reguetón del pensamiento...
andrés: Y con esta bonita imagen te
vamos a dejar, guapísima. Otro día nos cuentas como pasaste de musa del 68 a
conservadora yuppie y, ahora, no sé cómo describirte...
posverdad: ¡Hasta luego, guapo! Y que
sepas que me gustan más los informes del otro, jajajaja, lo que he dicho antes
era posverdad.
—¡Chist chist, un momento! Pero qué rollazo estás contando hoy, ¿no?
Y, además, ¿eso que tiene que ver con los desnatados?
Mmmmmm... Algo, creo que algo.
—¡No posverdees, que te hemos
pillado, querías meter tu rollo sobre el tema porque tenías envidia de tu amigo
y te has montado toda la película esa! ¿Qué te crees? ¿Qué no sabemos que la
Posverdad esa era una actriz o qué?
Vale, vale, me habéis pillado
pero, venga, dadme una oportunidad, que ahora voy a lo del título.
—Buah, tío, no nos convences,
pero venga, sigue, te salvas porque estos días en la tele solo ponen pelis de
Navidad. Pero no te enrolles, ¿eh?
Informe
8 ½: hasta la nata todo es toro
Es probable que muchos
lectores se hayan quedado en el camino después de leer el horrendo título
intermedio que me precede como frase. Un saludo cordial a los que han saltado
la valla.
¿Quién no ha pensado alguna vez
cuando se tomaba un vaso de leche enriquecida en calcio (procedente solo de
lácteos) que en alguna parte del mundo algún pobre infeliz estaba tomando leche
empobrecida en calcio? ¿En qué momento el yogur está tan desnatado que se
convierte en otra cosa? ¿Y hasta qué punto tenemos que desnatar, edulcorar o
volver políticamente correcto algo para que deje de tener su significado
original y se quede sin vitaminas?
Por ejemplo, nos gusta mucho
desnatar la historia, especialmente para los niños, que están en edad de crecer
y no pueden tolerar lo mezquinas, desalmadas, violentas y mentirosas que
podemos ser las personas. Eso alcanza todos los ámbitos, desde presentar a los
conquistadores españoles como unos nobles aventureros, a los almogávares como
si fueran un grupo de rock de gira o a Metallica como los protagonistas ideales
de un libro para niños. ¿Qué será lo siguiente: una versión infantil de Lolita,
Saw para niños de entre 0 y 3 años, quesos tatuados (¡ay, no, que eso
era de otro informe)? Hablando en moderno, ya sé que los defectos que tenemos
como seres humanos son como si lleváramos gluten o lactosa incorporada, pero
eso no soluciona convirtiendo a los niños en celíacos de la realidad.
Es cierto que la mente de los
niños está en formación y que no hace falta que nos esforcemos en crearles
pesadillas y traumas (para eso ya está la vida tal cual), pero tampoco tenemos
que preocuparnos demasiado, pues al llegar a la edad adulta, tenemos una
versión propia de ella. No hay problema para que una canción sobre un acosador
sexual se tranforme en un tema de amor (Every Breathe You Take) o una
canción crítica contra el sueño americano se convierta en un símbolo de la
grandeza de Estados Unidos (Born in the USA), ni tampoco para que
olvidemos que el tópico literario del «Beatus ille», que reivindica el placer
de la vida tranquila en el campo en contraposición con el ajetreo urbano, está
puesto en boca de un avaricioso usurero mientras cobra dinero a sus desdichados
clientes. La posverdad es posverdad, la diga Agamenón o su porquero (suele
decirla más Agamenón).
Pero, seguramente, el desnatado
más insalubre es el que practican las instituciones sobre sí mismas. Pongamos
por ejemplo a Alan Turing, el genial matemático y principal responsable de
descifrar la máquina nazi Enigma durante la Segunda Guerra Mundial, uno de los
sucesos clave para la victoria. Años más tarde, fue condenado por el grave
«delito» de ser homosexual por el propio país a quien había salvado al culo. Su
pena: la castración química, algo que acabaría conduciéndolo al suicidio. Hasta
aquí mal, ¿no? Sesenta años después de su muerte, la corona británica le concedió
el perdón por su «crimen». ¡El perdón! Creo que el único que puede perdonar
algo en esta historia es Turing y, lamentablemente, ya no puede. Eh, pero la
imagen del país ha quedado más blanca que un patio andaluz después de ser
encalado. Llegará un día que crucificarán a alguien y, cuatro siglos más tarde, veremos cómo sus ideas se convierten en la religión oficial del imperio. Al tiempo.
Cuando las
cosas se desnatan o edulcoran, llega un momento que dejan de saber como deben,
quizá son más dulces, pero se les van las vitaminas que aporta la verdad. En
este caso me parece sí que puede llegarse a ver cómo se desvanecen en el aire.
Nunca hay que dejar de mirar las cosas: cualquier día de estos veremos cómo
salen volando las vitaminas de la verdad.
La puesta en escena de la posverdad y Andrés me ha parecido muy original y el diálogo esclarecedor. La palabra se ha aceptado con rapidez a pesar de aparecer todavía subrayada en rojo en los ordenadores tanto si la escribes con o sin "t". ¿Será un concepto duradero este de la palabra o será una moda? En cuanto a lo desnatado, me temo que es una manera de tomarse la vida que nos trae la posmodernidad. Seguid escribiendo, por favor. Anna
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