El otro sendero

Antes que nada, quiero informarte de que si has entrado en este informe por casualidad, en realidad se trata de la continuación del informe titulado «Los senderos que se bifurcan». Puedes leerlo de manera independiente bajo tu responsabilidad.


Hola, amigo lector, sabía que tú eras más serio que los otros que se han desviado al chascarrillo y a la broma fácil. Tenemos toda una serie de programas de análisis y seguimiento de tus hábitos de internet que nos han permitido crear esta segunda parte del informe que refleja completamente tus intereses. Si, después de leerlo, piensas que no es así, que sepas que la culpa es tuya. Algo habrás hecho. Las máquinas no se equivocan.
Sin embargo, no descarto que haya alguien que haya decidido saltarse las dicotomías, se haya ido por la calle de en medio y se haya leído los dos finales. No es por fastidiar la sorpresa pero, en uno de los dos, Andrés rescata a la chica y en el otro muere atrapado en una habitación de esas que tiene pinchos en los paredes y se va acercando al centro poco a poco.
Uno de mis ejemplos favoritos de gente que decidió salirse de los caminos transitados es William Shakespeare, un hombre ocurrente no solo en lo literario y que en cierto momento de su vida se vio ante una desagradable dicotomía. La compañía teatral de la que era copropietario el dramaturgo inglés representaba sus obras en un teatro llamado muy adecuadamente The Theatre. (Se ha perdido el gusto por la obviedad en los comercios y lo que en cierto momento fue sofisticación ahora cansa. Sí, quizá llamar a un bar «Bar», no sea lo más refinado del mundo, pero al menos no confunde.) La compañía era propietaria del edificio, pero no de los terrenos donde se situaba el teatro; así que, cuando finalizó su contrato, su casero decidió subirles el alquiler y ofrecerles unas condiciones leoninas (os suena, ¿no?).
En apariencia solo había dos posibles soluciones: destrozar la estructura para que el ruin propietario de los terrenos no pudiera aprovechar ni el teatro ni la madera, o dejarlo tal como estaba para no acabar cruelmente con el que había sido el escenario de tantas de sus obras. Sin embargo, tomando como ejemplo al caracol, la compañía se presentó de noche ante el edificio, desmontó el teatro pieza a pieza, que fueron trasladando en una barca al otro lado del río Támesis y con la madera reaprovechada construyeron en una nueva ubicación lo que sería el luego mundialmente famoso The Globe. No siempre, pero a veces el camino que no está marcado es el mejor.
Otra de las dicotomías más universales y que había dejado olvidada hasta ahora es la existente entre la verdad y la mentira. Ya desde la Antigüedad, la mentira se ha disfrazado de múltiples maneras: desde lo que Platón denominaba como la vía de la doxa u opinión, hasta la identificación entre historia y verdad, y poesía y mentira. Hoy somos conscientes de que no hay nada más engañoso que un documental (donde puedes utilizar materiales de la realidad para sustentar una tesis falsa) ni tampoco mentiras más ciertas que las vemos en las grandes películas (en las que los actores fingen lo que sienten para que podamos sentirlo mejor).
En nuestra época creemos que con nosotros se rompió el molde y que a originales no nos gana nadie, así que, por viejo que sea el debate entre verdad y mentira, pensamos que hemos aportado una nueva variante a la discusión con el ya manido concepto de la posverdad. Es cierto que hemos aportado nuestro toque especial a esta dicotomía y, gracias al relativismo tan propio también de nuestros días, ahora valoramos por igual la verdad y la mentira, como si fueran dos versiones diferentes de la misma realidad.
El problema del relativismo y de ponerlo todo en cuestión es que llega un momento en que se pone en cuestión si hay que ponerlo todo en cuestión y te acabas sintiendo como Nietzsche cagándose en dios (¿o como Hegel matando a dios?).
No hace mucho leía el comentario absolutamente indignado de una persona sobre una noticia que no tenía visos de ser falsa: que sí, que estaba muy bien la noticia pero que dieran la otra versión del tema, o sea la mentira, que a su manera era tan respetable como la verdad. La situación nos puede parecer nueva, pero hace ya cien años Gardel lo sintetizó mejor que nadie: ya consideramos verdad y mentira como dos polos de la realidad, tan válidos y respetables el uno como el otro, sobre todo si nos dan la razón a lo que pensábamos previamente.
Es verdad que quizá aprenderíamos algo si estudiáramos con el mismo interés las verdades y su espejo en negativo, las mentiras. De hecho, resulta innegable que estas últimas son mucho más ricas, multiformes y variadas; pueden ser áridas o sofisticadas, al gusto o al disgusto de todos, de cada uno e incluso de nadie. Pero esas mentiras, esas mentiras en concreto, como ya vieron los clásicos, tienen un nombre, ¿no? ¿Literatura? ¿Ficción? Nos debería sonar de algo.
Incluso hay múltiples maneras de disfrutar de estas mentiras, aprendiendo, siendo creativo, usándolas para bien y para mal, tal vez en favor del capital, del nuestro, el ajeno o del general, o simplemente pasando un buen rato con ellas. Y ojalá este largo informe haya conseguido alguna de estas cosas.


[Prometo no tardar tanto en volver a redactar otro informe. Si la pared con pinchos que se acerca a mí lentamente no consigue su objetivo mientras escribo este informe, así será.]

Comentarios

Entradas populares