Informe 13: Los senderos que se bifurcan

Por culpa sobre todo de las tradiciones clásica y judeocristiana, los humanos occidentales tenemos la mala costumbre de la dualidad. Algunos, adeptos a la explicación biológica de las cosas, lo achacarán a que, teniendo dos manos, dos pies, dos orejas y dos hemisferios cerebrales, cómo no íbamos a ver el mundo enfrentado en dos puntos de vista divergentes. A otros, simpatizantes de lo metafísico, les parecerá muy obvio todo esto: a fin de cuentas, si tenemos el alma y el cuerpo divididos, ¿cómo no va a haber dos perspectivas para todo? Los amigos de la filosofía se remontarán a Platón y a Sócrates y a los mundos de las ideas y los objetos.
Nos parezcan bien o mal estas explicaciones, no podemos negar que de esta idea han derivado grandes debates entre antiguos y modernos, apocalípticos e integrados, diestros y zurdos, ópera italiana y alemana, Beatles y Stones, o tortilla de patatas con cebolla o sin ella.
Muchos de estos conflictos solo tienen una solución, son excluyentes, no podemos llegar a una entente que satisfaga a ambas partes: lamentablemente, y centrándonos en la más importante de estas discusiones, no hay una tortilla sin cebolla y con ella a la vez, solo en el mundo cuántico, y esto se escapa del espectro de este informe. (Aunque abre la puerta a mundos fascinantes: los ambidiestros, un grupo con miembros de los Beatles y los Stones, lo clásicamente moderno y lo modernamente clásico. Espera, espera, esto ya existe en nuestro mundo. Entonces ¿la conclusión es que el gato de Schrödinger come tortilla conysin cebolla?)
Valientes pensadores como Hegel intentaron resolver esta dicotomía con la idea de que una tesis y una antítesis podían llegar a un acuerdo en forma de síntesis; sin embargo, como el ínclito alemán se filosofaba encima, no pudo detenerse ahí y concluyó que toda síntesis se convertía a su vez en una tesis, de la cual surgía una antítesis y podía derivarse una síntesis. No, Hegel, no, ya lo tenías resuelto, pero no te pudiste resistir a rizar el rizo. Justo cuando pensabas que estabas fuera, te volviste a involucrarte.


Este verano han llegado a mis oídos algunas historias de valientes, utópicos precursores que, en ámbitos diferentes al filosófico, han intentado romper la baraja de la dualidad y llegar a una síntesis superadora que nos conduzca a una nueva era de la humanidad.
Por ejemplo, una conocida cervecera gallega, pensando en los alérgicos al marisco y a los pimientos (es la única explicación que se me ha ocurrido), ha intentado establecer una síntesis entre su producto emblema —o sea, la cerveza— y alimentos propios de su tierra, como los pimientos de Padrón o el centollo.
Sí, amigos, a primera vista puede pareceros innecesario, como si el doctor Moreau o el doctor Frankenstein hubieran experimentado con licor de cebada en vez de con animales o cadáveres, y sí, seguramente, El alambique del doctor Mahoreau o Franziskanerenstein, no hubieran pasado a la historia de la literatura, pero quién sabe, tal vez había una gran obra ahí (o una gran cerveza), por lo que hay que aplaudir a estos héroes de nuestro tiempo que se arriesgan e intentan innovar.
Seguramente el producto final desagrade a los amantes de la cerveza y a los aficionados a los pimientos, pero quizá encuentre su público, no en vano existen las patatas fritas con sabor a huevo frito o a jamón (ahora nos parece algo natural, como si pudiéramos recogerlas en el campo, pero reflexionemos un poco sobre esta unión de conceptos y veremos que estamos jugando a ser dioses).
A mis oídos han llegado más historias de arriesgados Magallanes que se lanzan a las procelosas aguas de la innovación. En Murcia, la ingeniería biológica sigue avanzando por caminos hasta ahora no transitados (y pregunto: ¿tal vez no sería por algo?). Tranquilos, no me estoy refiriendo a que el gobierno de la comunidad haya creado a un superhéroe autonómico, el Capitán Pimentón o el Comandante Paparajote para luchar contra la corrupción, sino a los racimos de sabores: ya está aquí la uva con sabor a piña, un híbrido sensual y seguramente innecesario, disponiendo como es el caso de uvas y piñas por separado. Alguien me rebatirá y dirá que, después de que el Sugus con sabor a piña fuera de color azul, ya se habían cruzado todas las barreras del realismo culinario; no lo niego, tal vez simplemente me estoy haciendo mayor.
No he podido averiguar si la fruta ha recibido el nombre de uviña, en homenaje al conocido traficante, pero sí de que es un producto que no vemos en las tiendas en España porque se vende íntegro en Japón (como si fuera una serie de la lotería de Navidad), país que es gran admirador de estas extravagancias frutícolas, como las sandías cuadradas (te confirmo que, hasta este momento, todos los elementos que aparecen en este informe están basados en la realidad y que tampoco se ha dañado ningún animal en su elaboración). Con ánimo de ser demagogo y además de influenciar al lector hacia donde a mí me interesa, solo quiero recordar que en Japón también tiene un gran éxito la industria de las bragas femeninas usadas, las cuales se sirven en máquinas expendedoras.
Estas uviñas no dejan de ser parientes cercanas de los productos transgénicos. Sí, amigos, el mal moderno. Podemos pensar que en plena era de las películas de superhéroes, los villanos más terroríficos se llaman Joker o Lex Luthor, o tal vez sean los asesinos psicópatas Hannibal Lecter o Freddy Krugger. No obstante, todos sabemos que lo que perturba las noches de nuestra generación y protagoniza nuestras pesadillas son malvados con nombres como los de Don Celíaco, Johnny Transgénico y, el peor de todo, ¡el doctor Aceite de Palma!
¿Dónde estábamos? Ah, sí, los transgénicos. Afortunadamente solo hablo de oídas y no he tenido el infortunio de comer un tomate transgénico, pero, como soy abierto de miras (algo a todas luces falso, como saben los que me conocen), decidí ver un vídeo de un científico, donde defendía las bondades de lo transgénico.
Resumiendo mal y sesgadamente el clip, el hombre argumentaba que se estaban añadiendo cualidades de otras verduras y frutas a los tomates para mejorar sus propiedades naturales. Puede que esté equivocado, pero actualmente existen tomates y, por poner un ejemplo, también berenjenas, seré incluso radical y diré que se puede cocinar la berenjena con tomate, entonces ¡¿por qué se tienen que gastar cientos de millones de euros en investigación para crear tomates transgénicos con propiedades berenjeniles?!
Ay, amigos, podría estar horas hablando de ejemplos interesantísimos como los anteriores. Pero, desafortunadamente, el hombre no solo vive de cerveza y fruta, y tiene otras preocupaciones.
Preocupaciones como las que tengo yo ahora. Tanto hablar de la dicotomía y ahora se me ocurren dos senderos por los que continuar este informe y no sé por cuál decantarme para que no queden posos de buenas ideas por el camino. Qué paradójico, ¿no? Escribir sobre la dicotomía y quedar atrapado por ella. Ahora empiezo a entenderte, Hegel.
¿Qué puedo hacer?
¿Borro el informe y redacto dos nuevos? Puede que si hago eso, estos se acaben publicando en septiembre de 2020 en vez de en 2018, al paso que voy.
No puedo decidirme, amigo lector, por lo tanto, tendrás que hacerlo tú.

Si quieres que Andrés hable en tono distendido sobre tecnófilos y tecnófobos, clica aquí: Un sendero
Si, por el contrario, deseas que reflexione en tono más bien tendido sobre verdades y mentiras, este es tu enlace: El otro sendero

Comentarios

  1. Me lo he pasado muy bien leyendo el informe. Utilizas un tono distendido y con mucho humor para temas que, si profundizamos, pueden hacernos cuestionar esta nuestra sociedad que inventa tantos productos para que gastemos y gastemos infinitamente, mientras la mitad de la población no dispone de lo imprescindible para vivir con dignidad.

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  2. Qué difícil me lo has puesto esta vez! No sabes lo que me cuesta dilucidar cuál es el camino que debo tomar. Por eso mismo me he leído los dos. Lo que detesto son las uvas que saben a piña. Se que las cosas no son totalmente blancas o negras, pero quedarse en las medias tintas ideológicas no llevan a ninguna parte. Ah, espero que cumplas tu promesa final

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