Informe 15: El VAR de la vida
¡Qué bonita es la homofonía! Es probable que las mentes no
pensantes tras este ingenio que ha revolucionado el mundo del fútbol no
tuvieran en cuenta que en castellano (y en otros muchos idiomas), las siglas
del invento que vuelve a arbitrar jugadas polémicas sonaran igual que el sitio
donde hasta ahora se rearbitraban los partidos. Pero, por fortuna, las
casualidades existen aún.
Sin
embargo, el deporte rey no ha sido el primero en aplicar esta novedad. Ya el
tenis introdujo hace unos años un sistema llamado ojo de halcón, que
mediante el uso de las imágenes tomadas por varias cámaras permite saber a
posteriori si la bola entró o no. Los tenistas, como si dispusieran de una
lámpara maravillosa que les concediera deseos, tienen tres oportunidades en
cada set para reclamar su intervención.
Esta importante novedad
reglamentaria se limitaba a un deporte pijo como el tenis y, en países como
Estados Unidos, a esa incomprensible disciplina que nosotros conocemos como
fútbol americano y ellos como fútbol a secas. Algunas voces han apuntado que
todos estos sistemas derivan de algo que solo recordarán los muy mayores: los supertacañones
que aparecían en el mítico programa televisivo Un, dos, tres. Se trataba
de unas voces de ultratumba que intervenían en una sección de preguntas y
respuestas para aclarar las razones por las cuales los concursantes se habían
equivocado.
Pero el año pasado llegó por fin
el VAR, un sistema que mezcla lo peor del arbitraje humano con la tecnología
más deficiente y los comentarios más deleznables de las barras de bar para dar
a luz lo más parecido a una divinidad que se haya visto en un campo de fútbol
(dejo a las manos de Maradona en México 1986 aparte de esta operación
matemática).
El sistema que conjura al bar
(perdón) VAR ya fue descrito por el antropólogo francés Claude Lévi-Strauss en
una tribu de Nueva Caledonia. Voy a citar sus palabras y entre corchetes la
contrafigura que se usa actualmente en el considerado hoy en día como astro
rey.
Cuando la tribu lobmuf o lobruf [los equipos] se
encuentra en medio de la batalla campal que caracteriza sus relaciones sociales
[partido] y alguno de sus miembros [futbolistas] considera que otro [para
facilitar la comparación, pongamos el nombre que será más familiar al lector: Sergio
Ramos] ha violado las normas que rigen el enfrentamiento acude en protesta al
chamán de la tribu [árbitro] o a sus subchamanes [jueces de línea] para
solicitar su intermediación ante los dioses [VAR]. Los combatientes deciden una
tregua y, tras recibir alguna señal (por lo general de los cielos o de algún
animal), el chamán la interpreta y concede algún tipo de ventaja a uno de los
dos bandos. Por lo general suele ganar el mismo bando [el Real Madrid si es una
competición de clubes o Alemania si es de selecciones].
¡Bua! ¿A
que es fascinante leer de qué manera, tal como ya decía Marx, la historia se
repite? Cuando leía estas líneas en el clásico de Lévi-Strauss Tristes
trópicos no daba crédito a su parecido con la realidad deportiva. La
lectura te ofrece estos inesperados placeres: otro día hablaré de cómo las
historias del comisario Villarejo y el Pequeño Nicolás ya estaban prefiguradas
en los ritos funerarios de una tribu de la Polinesia y fueron recogidas por el
antropólogo Malinowski en su obra maestra Los argonautas de los Mares del
Sur.
Puede que
los creadores del VAR leyeran a Lévi-Strauss, puede que no (vamos, que no),
pero la idea ya estaba ahí: hay unas reglas del juego y nos comprometemos a
respetarlas. En cierta manera, los juegos infantiles sirven sobre todo para
eso, para socializar y para que los niños entiendan que hay que atenerse a una
serie de normas para poder jugar bien y conseguir un objetivo (que no es jugar
bien, sino más bien ganar haciendo trampas), un esquema que muchos de nosotros
aplicaremos luego a muchos ámbitos de nuestra vida. Desde la infancia ya se
prefigura el destino de cada uno: algunos se saltarán todo ese rollo de las
reglas y acabarán en la cárcel (el niño que te robó la pelota de un puñetazo) o
siendo multimillonarios (el niño que te robó la pelota y te hizo creer que en
realidad la pelota era suya; no sabes cómo, pero también se quedó con tu
bocadillo y con los deberes: hoy es presidente de un banco).
Filósofos como Nietzche
desafiaron esta concepción reglamentada de la vida y llegaron al punto de
declarar muerto al VAR a Dios como fuente de la que emanaban todas las
normas vitales. Sé que la concepción filosófica del teutón no está muy bien
explicada así, pero lo siento, Friedrich, es como me venía bien al informe y,
no te quejes, que peor lo hicieron los nazis al inspirarse de aquella manera en
tus ideas. Si no te gusta, te quejas al final al VARtlett-Crane.
Pensándolo bien, si para algo
pueden resultar útiles las normas y reglas, son para las situaciones extremas
de gran tensión y emoción. Esos instantes no parecen ser los ideales para
pergeñar alguna solución o manera de actuar, así que lo lógico es que existan
unos parámetros concebidos de manera racional en momentos menos emocionales y
que se descartan en el preciso instante en que se inicia la crisis porque,
claro, no se han pensado desde un estado de tensión emocional como el que
estamos viviendo ahora y por lo tanto para qué c*** van a servir, quién ha sido
el idiota que ha redactado esto, ya me gustaría verlo a él en un momento como
este o por qué c*** esta p*** m*** que sale en el manual de instrucciones para
situaciones de emergencia no venía con el avión. Algunas de las frases
anteriores, basadas en hechos reales, son útiles si estás pensando en un comprarte
un aeroplano de línea comercial. Nada más lejos de mi intención bromear con los
accidentes de aviación, para eso ya se basta solo el capitalismo.
También existe otro tipo de
reglas, que son aquellas que emanan de un orden superior al que deben proteger
pero que en el mismo instante en que empiezan a aplicarse violan el supuesto
marco del que provienen. [Querido lector: la primera vez que leí la frase
anterior, no la entendí. Tampoco la segunda. A ver si con un ejemplo se
entiende más.] Por ejemplo, en la antigua Roma existía la figura del dictador,
un salvapatrias —no en el sentido irónico actual— al que se le encargaba la
labor durante un tiempo limitado de rescatar a la República. [En cierto modo me
recuerda a ese momento de los juegos infantiles donde alguien decidía parar
porque había pasado algo serio (alguien se había hecho daño, etc.) y tú, como
un tonto, te acercabas y acababas perdiendo.] Volviendo a Roma, a los
emperadores les gustó mucho el concepto de dictador pero decidieron que ellos
no eran yogures y, por tanto, no hacía falta lo de la fecha de caducidad. La
versión moderna de todo esto son todos aquellos que demandan abolir el sistema
democrático en aras de rescatarlo de sí mismo: dejamos de jugar a democracia un
rato y ya te avisaré cuando volvamos.
En la película estrenada este año
Vice (El vicio del poder), que retrata los últimos cincuenta años
de vida política estadounidense a través de la vida del exvicepresidente de
George Bush hijo, Dick Cheney, hay ejemplos de las situaciones que acabo de
citar: la primera, cuando Cheney hace caso omiso de los protocolos de actuación
durante la reunión del gabinete de crisis del 11 de septiembre de 2001; la
segunda, cuando se concede el poder absoluto al presidente de Estados Unidos,
«porque si lo hace el presidente, por el mero hecho de que él lo ordene ya se
vuelve legal y democrático». Como podéis imaginaros por momentos como este, la
película es un chute de optimismo que te hace salir del cine creyendo que los
buenos ganan siempre y los justos reciben su recompensa.
Cuando era pequeño, a veces
anhelaba que hubiera un VAR de la vida que a través de una avanzada tecnología
resolviera las injusticias y, al menos, nos diera la razón. Por eso creo que me
gustaban los cómics de superhéroes, porque eran seres fuera de la sociedad que
intervenían para impartir justicia.
Los franceses tienen una
expresión fantástica, l’esprit de l’escalier. Hace referencia a esa
situación en la que no sabemos cómo responder a una frase ingeniosa, a un corte
que nos han soltado en medio de una conversación o a una intervención para la
que en ese momento no tenemos réplica alguna. Al cabo de un rato, cuando ya
estamos bajando por la escalera, se nos ocurre qué debíamos decir, pero ya es
demasiado tarde y no sirve para nada. Por desgracia, la vida suele ser así, con
ocurrencias a destiempo y sin ningún VAR al que acudir. Suerte que aún queda su
homófono para ahogar las penas.
Friedrich:
Quisierra impujjnarr este inforrrme, rresulta indijnante el uso
thorrtizero de mis ideas. Porrr no jabblarrr de la frrrase final. ¡Qué
topicazen! ¡Nein!
Arbitr-Crane:
Un momento, por favor, que voy a consultarlo.
Vartlett-Crane:
Después de una larga deliberación, declaro este artículo anulado desde
el principio por fuera de juego posicional.
Gran artículo. Brillante. Y en ausencia de VAR (o sea, dioses; o sea, superhéroes; o sea, esa cosa llamada justicia), no nos queda sino bajar la escalera y pensar en lo que pudo haber sido. Y sí, amigo Andrés, nos vemos en los bares.
ResponderEliminarCom sempre m'han agradat els teus raonaments -en aquest cas- sobre el VAR tan actual i tan antic com molt bé tu expliques. I no sé si ens cal per la vida de cada dia un VAR, perquè la majoria dels cops "tornar a repetir la jugada" no crec que ens servís de gaire. Per veure con hem ficat la pota? O bé per saber lo meravellosos que som, que tot ho fem bé? En algunes de les persones les faria encara més insuportables. Uns càlids aplaudiments per tu!
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