Informe 23: It's not the internet, stupid!
En 1992, un asesor del por entonces candidato a la
presidencia de Estados Unidos, Bill Clinton, condensó la idea de que la
economía tenía que ser uno de los ejes principales de la campaña en una frase: It’s
the economy, stupid! El lema tenía gancho y el gancho iba directo al hígado
del presidente estadounidense que se presentaba a la reelección, George H. W.
Bush (no confundir con su hijo), y que había decidido subir los impuestos poco
antes. Esto cuenta la historia.
Pero a nosotros nos gusta más la
verdad. Por eso preferimos las novelas de Dickens y Balzac a los historiadores
que fueron sus coetáneos, y por eso sospechamos (sin pruebas, naturalmente) que
nadie dijo esa frase durante la campaña o, como mucho, tal vez soltó un rollo
macabeo de varias horas que luego se arregló y condensó en una frase para que
quedase bonito. Rectifico lo de «sospechamos», quiero decir que «sospecho», no
me gusta cobijarme entre la multitud para apoyar apuestas arriesgadas.
Luego hay historias tan cutres
que tienen que ser verdad. Aún no sabemos con seguridad si el Barça contrató a
una empresa para que creara cuentas de Tuiter cuyo único objetivo fuera crear «mala
maror» (podría haber dicho «marejadilla», pero me parece que la meta de la
directiva estaba más cerca del huracán Gloria).
Lo dicho, no lo sabemos con
seguridad pero, en este caso, la parte de la historia es la versión que ha dado
la directiva: contratamos a una empresa para que controlara nuestra imagen
internáutica. La parte novelística-verdadera es que contrataron a una gente
para que hiciera memes cutres y difamatorios de gente relacionada con el Barça
y les pagaron casi un millón de euros a cambio. Nadie puede haberse inventado
eso; si lo ha hecho, que se dedique a otra cosa porque no vale para crear
historias verosímiles.
O sea que el objetivo de la
directiva barcelonista era, más o menos, privatizar la opinión pública y que
esta fuera un barco a merced de la marejadilla de los memes. En resumen, una
versión cutre de lo de Cambridge Analytica.
No sé si muchos recordaréis qué
era Cambridge Analytica. Teniendo en cuenta la velocidad a la que van
apareciendo noticias estúpidas que se dedican a sepultar otras noticias
estúpidas (y algunas que no lo son: sigue habiendo guerras civiles en Siria y
Libia, y en varios países más de África, hay millones de refugiados y cada año
muere casi medio millón de personas por culpa de la malaria y de la gripe y no
por ello se suspende ningún congreso de telefonía móvil), teniendo en cuenta
esto, es normal que no nos acordemos mucho de esta empresa.
Un breve recordatorio: en junio
de 2016, en el referéndum por la salida de Reino Unido de la Unión Europea se
produjo un resultado sorpresa; cinco meses después, en las elecciones
presidenciales estadounidenses Donald Trump ganó también por sorpresa (aunque
nunca me cansaré de repetir que en realidad perdió por casi tres millones de
votos; a veces te falsifican las papeletas, a veces da igual que ganes de
paliza, that’s America).
Meses más tarde de esto se descubrió
que una empresa llamada Cambridge Analytica había obtenido ilegalmente a través
de Facebook una gran cantidad de datos sobre votantes británicos y
estadounidenses, y que luego los había utilizado para crear campañas
personalizadas con objeto de influir en su voto. Y en apariencia eso
consiguieron, pues los favoritos, las opiniones apoyadas por los expertos,
perdieron.
La reacción de esta compañía se
movió entre el orgullo («qué buenos somos, coño») y la vergüenza («hemos hecho
trampas, sí, pero nada ilegal... ejem, sí que era ilegal, pero qué buenos
somos»). Facebook perdió chorrocientos millones de valor en bolsa cuando se
hizo público esto y finalmente Cambridge Analytica (esa empresa que iniciaba
sus artes de manipulación psicológica con su nombre, pues se llamaba así para
que a la gente le sonara la Universidad de Cambridge, aunque no tenía nada que
ver con esta institución) cerró a mediados de 2018. Muchos de sus directivos y
trabajadores pasaron a una nueva empresa fundada ese mismo año con la que
mostraron su especial habilidad psicológica para poner nombres a las empresas:
Emerdata (la negrita es mía).
Miles de artículos se escribieron
acerca del tema y, lo que es más importante (o no), mucho antes que este. Se
habló de que eran los nuevos Goebbels (bueno, no estoy seguro de que se les
calificara así, pero les pegaba por la parte de manipular masas con la
propaganda, no por la de envenenar a su familia, claro) y de que nuestro datos
estaban en peligro ante maléficos émulos de Mesmero. Ahora no solo estaríamos
sometidos en internet a ver una y otra vez el mismo anuncio de algo que
quisimos comprar pero que al final no como si fuéramos Sísifos modernos, sino
que no íbamos a poder hacer una encuesta sin saber si nuestras respuestas se
meterían en una batidora y se usarían para manipular la crema en que se
convertiría nuestro cerebro.
Y todo porque Trump es presidente
(aunque no ganó en número de votos) y porque el Reino Unido ya no pertenece a
la Unión Europea. Resultados sorprendentes y que nunca se habían producido
antes de internet. ¿Por qué acaso un magnate de la tele machista, simpático,
malhablado y con extrañas conexiones nunca había ganado unas elecciones en
Italia y había sido elegido tres veces primer ministro, incluso después de un
increíble reportaje como este:
<https://elpais.com/diario/2009/06/07/domingo/1244346753_850215.html>? ¿Y
acaso no se perdió un referéndum sobre una Constitución europea respaldada por
todos los expertos habidos y por haber en Francia, Irlanda y Países Bajos
cuando tampoco nadie lo esperaba y aquello iba a ser el fin de la UE? ¿Y puede
ser que un empresario que había quebrado sus empresas de manera fraudulenta, se
había disfrazado de Superman, le había dado de cates a un exministro de
Economía (creo que estas dos cosas sucedieron después, no estoy seguro) y
estaba buscado por la justicia fuese elegido eurodiputado? ¿Es que el
presidente de Ucrania no es monologuista? ¿Y el alcalde de Reikiavik un payaso?
No digo que esto último sea malo,
el hombre es un profesional del tema, mientras que si se empiezan a rebuscar
entre políticos actuales y pasados, veremos muchos diletantes y aficionados a
comportarse como un payaso pero sin serlo de manera profesional.
Repito mis tesis de otros
informes. Está bien echar la culpa a Cambridge Analytica y a los malvados
titiriteros que manipulan nuestras mentes. Perdón, perdón: de hecho, no está
bien. ¿Es que somos adolescentes que no apechugamos con nuestros errores y nos
lavamos de las manos ante nuestros errores? Bueno, pues parece que sí. La
adultescencia no solo ha servido para que los cuarenta sean los nuevos quince y
para que señores con traje vayan con un patinete a motor sin darse cuenta de la
ironía (a ver, esto lo dibuja Íbañez en un Mortadelo hace treinta años y aún
estaríamos por el suelo partiéndonos de la risa).
Las cosas no han cambiado. La
gente sigue cometiendo estupideces (en muchos casos, simplemente porque es
estúpida) y si ahora nos escandalizamos con que hemos comprado tal producto
inútil en internet sin querer, hace treinta años encargábamos un cuchillo
japonés en la Teletienda que luego solo servía para calcular los efectos del
polvo sobre el acero nipón. Los anuncios en la red nos manipulan para que
compremos lo que no queremos, pero tal vez el éxito masivo de la compra por
internet solo se deba a que cualquier basura es más barata que nunca y, aunque
no queramos reconocerlo, a que a nuestra moral no le importa un rábano la
situación de explotación de los trabajadores que fabrican y transportan esos
productos.
Hace cuatro años Trump fue
elegido presidente; hace cuarenta y ocho, Nixon ganó con la mayor diferencia de
la historia a su rival McGovern cuando el Watergate ya había empezado, estaba
en medio de la desastrosa guerra de Vietnam y había empezado a grabarse a sí
mismo en el Despacho Oval diciendo una sarta tal de barbaridades que ahora nos
parece increíble que un presidente pudiera hablar así (luego llegó Trump y ya
no nos pareció tan extraño).
Cambridge Analytica presumía en
su web de que había conseguido que Trump ganase las elecciones (cosa que por
votos no hizo) y que el Reino Unido brexitiese. Y nosotros nos lo creemos
porque el silogismo parece unido por un hilo, el mismo del que tiraba el
sacerdote que anunciaba su poder sobre el sol y provocaba un eclipse a
voluntad.
No puedo decir que no entienda a
Cambridge Analytica, a las empresas de encuestas que fallan en todas y cada una
de las elecciones generale, a las compañías que se dedican a medir las
audiencias de la televisión. Nadie se vende diciendo que «influencia,
influencia sobre la realidad» no tienen mucha. Quizá estas empresas en realidad
no sean maestras de verdad en el análisis de datos y la manipulación mental
mediante la propaganda, sino que son artistas de algo más atávico, la mera
sugestión.
Puede que, a fin de cuentas, simplemente seamos más estúpidos de lo que
nos pensamos, incluso lo bastante para llegar a creernos seres más complejos
que nuestros antepasados, necesitados de manipulaciones más sutiles, cuando en
realidad los magos de internet son prestidigitadores de medio pelo que nos
enseñan la bolita antes de taparla con un cubilete y empezar a moverla por
encima de la caja de cartón. ¿Alguien ha gritado «agua»?
Sólo quiero decir que si este análisis tuyo saliese en los editoriales de todos los periódicos, habría una comprensión del mundo mucho mayor y quizá sería el principio de una revolución de las mentes a nivel mundial.
ResponderEliminarYa lo apuntas, así que solo quiero hacer hincapié en que el nivel intelectual y el moral andan así, así los dos.
It's the lack of Humanities, stupid!
Sempre fas diana amb els temes que esculls, perquè son de rabiosa actualitat. I tot i ser punyents estan salpebrats de sarcasme, d'ironia... Avui m'ha costat una mica seguir el fil, però és que vaig per a vella. Tu andavant! Ja et trobàvem a faltar
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