Informe 33: Murallas de la democracia

 En el cuarto episodio de la interesantísima serie documental británica Can’t Get You Out of my Head («No consigo sacarte de mi cabeza»), dirigida y narrada por Adam Curtis, se cuenta cómo en la China post-Mao se produjo una ligera apertura. Un ejemplo de ello fue una curiosa pared conocida como el «Muro de la Democracia», donde cualquiera podía escribir mensajes, pegar carteles, vender publicaciones y propagar noticias, y en la cual se respetaba un cierto anonimato sobre los autores de esta especie de medios de información. El experimento duró poco... Básicamente, hasta que empezaron a llover las acusaciones de corrupción contra los funcionarios del Partido Comunista Chino. Se limpió el muro de carteles a manguerazos, se prohibió que la gente volviera allí a difundir noticias y las personas que habían destacado de manera más pública en su papel de «protoperiodistas» fueron duramente represaliadas.

            En el documental, una historia sui géneris del mundo moderno realizada a partir de imágenes del archivo de la BBC, aparece también una entrevista al director de la Agencia de Noticias de China. Hagamos una pausa para hablar un poco de esta organización, pues en otro momento de la serie aparece una descripción de la labor de esta agencia de noticias, la única existente en su país, a la hora de transmitir a la población china qué pasaba en el mundo.

La ANC (por favor, no confundir con otras organizaciones similares... en el nombre) se encargaba de imprimir diversas publicaciones para los distintos segmentos de población. La diferencia entre estos informes era que, a medida que iba aumentando la posición de poder de sus lectores, las noticias que se comunicaban en ellos adquirían una mayor dosis de verdad y el número de ejemplares que se imprimían se volvía más escaso. El fantástico detalle final es que los textos con mayor dosis de verdad, los que iban dirigidos a los miembros más poderosos del PCC, tenían además la letra mucho más grande que el resto de las publicaciones, pues sus ancianos lectores padecían de los problemas de vista propios de su edad. Resulta innegable que los chinos nos llevan mucha ventaja en el refinamiento (y en el trato a los mayores).

Volvamos a la susodicha entrevista, donde al director de la ANC se le preguntaba por la desaparición del Muro de la Democracia. El hombre respondía con una filigrana y justificaba que era inconcebible que alguien pudiese escribir lo que quisiera sobre otra persona de forma anónima (el PCC había creado una especie de mentideros de la corte pequineses, no sabemos si inspirados en Madrid) y que algo así sería imposible que existiera en Occidente.

Y, aunque se tratase de una excusa peregrina donde las haya para justificar la eliminación de aquellos elementos supuestamente propios de una democracia como la libertad de expresión, no vamos a negar que, en cuanto a los hechos en sí, no le faltaba razón al hombre.

Cuando digo «no le faltaba», no estoy haciendo uso de ningún adorno retórico, sino que empleo el pasado con toda la intención. Sin ánimo de que este informe se convierta en «Lo que vio Andrés en la tele», no puedo evitar decir que el mismo día en que tuve noticia de la existencia del Muro de la Democracia vi un capítulo de la serie de abogados The Good Fight, siempre entretenida y original, y que se caracteriza por tratar temas controvertidos de la actualidad más candentes.

En este episodio en concreto se hablaba de la llamada Section 230, un artículo legislativo estadounidense que permite a las grandes empresas de internet (proveedoras, redes sociales, etcétera) no hacerse responsables de las difamaciones, barbaridades o declaraciones en general que haga cualquier persona en su plataforma y que las sitúa en una ventaja indudable con respecto a la prensa convencional, que tiene que andarse con más cuidado con lo que publica. Gracias a esto se ha creado una especie de  «Muro de la Democracia» pero a tamaño gigante y al alcance de todo el mundo, no solo de los centenares o miles de personas que en China leían y compraban esas muestras de protoperiodismo ciudadano.

 

 

Muchas veces repetimos frases a modo de mantra sin saber muy bien si son ciertas, como «bébete el zumo que se escapan todas las vitaminas» o «no te metas en el agua que estás haciendo la digestión». Una que fue muy popular durante muchos años (desconozco si sigue estando en el candelero) es que la Gran Muralla China era la única estructura creada por la mano del ser humano que podía verse desde el espacio.

La mayoría de nosotros hemos ido repitiendo como borregos esta última frase solo por haberla oído a nuestros padres y amigos (y esto es lo que originalmente es un meme, un pensamiento que va traspasándose de uno a otro de manera «viral», un concepto mucho más bonito y a la vez tóxico que lo que entendemos ahora por esta palabra) y, sin embargo, olvidábamos que era más importante lo alto que lo largo para ver las cosas a distancia.

Hoy en día, internet ha hecho realidad esta frase con matices, pues la red se ha convertido en una especie de Gran Muralla de la Democracia. Esta tampoco se ve desde fuera de la Tierra, pero está al alcance de (casi) todos los habitantes de nuestro planeta para que la contemplemos a lo largo y a lo ancho.

            Supuestamente, la Gran Muralla china, al igual que el romano Muro de Adriano en las Islas Británicas, se construyó para evitar la invasión del Imperio por parte de los bárbaros. Para eso suelen construirse los muros: para encerrar, para bloquear el paso y también para no dejar ver lo que hay al otro lado.

            Sin embargo, en todas las épocas de la historia, la gente normal también los ha usado para pegar anuncios, dibujar pollas y grafitis, escribir mensajes de amor, de odio, maldiciones, chorradas y demás. El Muro más importante del siglo xx, el de Berlín, ha vivido ambos extremos: de elemento de separación ha acabado convirtiéndose en galería al aire libre de arte urbano.

Ahora, gracias a una gente que se lucra de ello, los «señores de los datos», las paredes y los muros de nuestros barrios han ascendido a los altares de las redes y allí están, disponibles para que quienquiera pueda escribir, desde un premio Nobel de Medicina al último zoquete cuya titulación y credenciales se reducen a escribir en un bloc de Sociedad de Amigos, ambos con la misma visibilidad potencial. De esta manera, aparentemente se ha democratizado el acceso de todo el mundo a la Gran Muralla de la Democracia para que cualquiera escriba lo que le dé la gana.

Ahora solo falta que no sigamos dando la razón a Isaac Asimov cuando, al describir las bases del anti-intelectualismo, dijo que hay gente que cree que «la democracia significa que “mi ignorancia vale lo mismo que tu conocimiento”».

Comentarios

  1. Te ha faltado decir el mantra definitivo, a la vez que el más absurdo y de lo que va tu artículo, al fin y al cabo: "Todas las opiniones son respetables".
    Cuánto daño, amigo, cuánto daño. Y hemos acabado con "esta es mi verdad" o "esto es lo que yo siento", abocados al sumidero intelectual.

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