Informe 27: Hijos de Tebas (II)

 

Hay que recordar que Edipo rey, la tragedia de Sófocles, empieza en medio de una peste que asola a los ciudadanos de Tebas (qué oportuno, ¿no es cierto?). La obra hace una reflexión acerca de la culpa, la colectiva y la individual. Los ciudadanos acuden a Edipo para que este les dé una solución a la enfermedad, pues, aunque no es un dios, sí es el primero de los hombres, quien en el pasado resolvió el acertijo de la esfinge, liberando a los tebanos del monstruo. Luego estos, sin más dilación ni reflexión que su incondicional agradecimiento, le encumbraron al trono. Ahora el pueblo espera, casi exige, que el rey arregle la epidemia intercediendo por ellos ante los dioses. Así pues, si bien Edipo no es señalado como responsable de la peste (aunque, ¡ay ironía trágica!, lo es sin que nadie, ni él mismo, lo sepa), es cierto que su pueblo lo requiere enérgicamente como legislador de la voluntad divina. Hilando fino, no se le hace responsable en la acepción que se refiere a la culpa, pero sí responsable en el significado relativo a la persona que debe ocuparse y preocuparse de un asunto. Y ya se sabe que la línea entre las dos acepciones es a menudo muy fina. Realmente no hace falta relatar todo el argumento de la obra de Sófocles, no dejen de leerla y releerla, tan solo constatar que el mismo que debía librar a su pueblo de todos sus males es, paradójicamente, el causante de ellos. Es decir, que una actuación individual heroica de Edipo salva y redime al pueblo de Tebas y ese mismo individuo, en acciones casi concatenadas, es el origen de su posterior desgracia. Héroe y villano casi al mismo tiempo.

Sin embargo, me parece interesante hacer notar cómo, en un momento de la tragedia, Edipo gira las tornas y acusa veladamente a sus súbditos, no sin cierta razón, de haber sido ellos quienes han contribuido al enfado de los hados y, de paso, de haber permitido la abominación que acontece en la propia familia real. Cuando Laios, el antiguo rey de Tebas, fue asesinado en extrañas circunstancias, ¿por qué nadie quiso saber de verdad qué le había sucedido? ¿Por qué todos dieron por bueno el misterio de su muerte? ¿No es ese acaso el motivo que ofendió a los dioses y les trajo la peste? Quizás no hubo tiempo, nunca lo hay, porque la monstruosa esfinge les atacó y al verse liberados de tal desdicha hicieron rey a su nuevo salvador, sin preguntas, sin remordimiento. Abrazaron lo nuevo, porque lo nuevo permitía seguir adelante con su vida, cada uno con lo suyo, aunque fuera a fuerza de olvidar, de mirar hacia otro lado, de no pensar demasiado, de agarrarse a una promesa, a la victoria útil y aparentemente sin costes que aquel extranjero les brindaba. Pero, ya se sabe, no hay viento que no regrese con las palabras, los hierros y el hedor con el que un día lo engordamos, y la fatalidad volvió a los tebanos para recordarles que aquel hombre, Edipo el infortunado, era una abominación creada por ellos mismos, al menos parcialmente: era obra suya. Una suerte de recreación idealizada de sí mismos, desde el primero al último de los ciudadanos de Tebas que prefirieron ganar, ganar y no pensar, que no es más que demorar la derrota.

Una vez más, ¿cómo de actuales nos pueden parecer la palabas de Sófocles? En esta pandemia se ha demostrado cómo el pueblo abraza a redentores sin referencias que terminan siendo el origen y la magnificación de sus tormentos. ¿Y qué esperábamos? La irreflexión capitalista de un sistema que endiosa el consumo voraz y la tecnología como fines fundamentales y abstractos de su razón de ser; la perdida acelerada de una visión y un sentir, ya no humanísticos, incluso sociales de nuestra convivencia y devenir mutuo; o la alarmante escasez de empatía y valores dan como resultado la deshumanización del clan, que termina por limitar al individuo a una suerte de comprador infrapensante que navega a la deriva por una red clientelar, empresarial y propagandística. Los ciudadanos de medio mundo observan impávidos cómo se desmantela su sanidad pública, se revenden las residencias de sus ancianos a fondos buitre, se precariza su trabajo, su acceso a una vivienda digna y la educación de sus hijos. Se construye y se roba sin control, aeropuertos fantasmas, urbanizaciones con campos de golf, miles de kilómetros de AVE a ninguna parte, puertos donde no atracan barcos, amnistías fiscales, rescates a los bancos, despilfarro, puro y copa. Unos corrompen el Estado y la justicia, los otros preparan Repúblicas, los del más allá se levantan mojados y no quedan caimanes para tanta cuenta fuera de lo corriente. En definitiva, se arrasa con el estado del bienestar que tanto sudor costó construir y, anhelante, aturdido y siempre miedoso, el público circula por las redes sociales compartiendo el vacío y regalando su alma a las grandes corporaciones como Google, Amazon o la que sea, y apostando por el primer payaso que les prometa con fervor un poco más de lo mismo, pero sobre todo más, más para Catalunya, más para España, más para Inglaterra, más para Estados Unidos, más para Brasil, da igual. Da igual, si es a base de perder la libertad en pro de ser más libres, da lo mismo si es teniendo que aceptar que, al fin y al cabo, la verdad no sea más que una mentira compartida por muchos y los hechos sean corregibles hasta la deformidad consensuada. Todos a través del mismo cristal esperpéntico, el único que me puedo permitir si no quiero que la esfinge de la locura me devore. Luego llegan las pestes y cada uno busca el culpable que más le conviene, a veces fuera de su casa, otras dentro. Hay vestiduras rasgadas y promesas de profundas reflexiones, economistas y pandemiólogos que se atusan las barbas meditabundos, gurús de no sé qué repensando el modelo, recalculando de nuevo el algoritmo. Periodistas terminando la columna del «cómo pudo suceder» y empezando la de «hay que poner la primera piedra para que vuelva a pasar» para la supervivencia de los que ya sobrevivíamos, para que mueran otra vez los que ya se habían muerto. Hay millones de personas en el mundo que sufren la tiranía del hambre, de la escasez más miserable, de la guerra, de la esclavitud laboral o sexual, trabajo infantil, éxodos masivos de refugiados, la violencia, el maltrato, el fanatismo… Hay países que llevan décadas, lustros, siglos, azotados por la calamidad y el miserable silencio de los otros, el vil mercado que se instala en el templo de nuestra conciencia y lo ensucia todo, la mezquina manera de tirar hacia delante, porque sí, porque podemos, porque siempre queda un héroe taimado, el próximo payaso que nos esclavice con su risa bárbara.

Hijos de Tebas: el populismo no es Donald Trump, ni Bolsonaro, ni Maduro, ni Abascal, ni Puigdemont. El populismo somos nosotros.

Comentarios


  1. Me encanta cuando la frase final explica el título y el circulo se cierra (sobre nosotros mismos). Gracias por hallazgos como las cuentas nada corrientes y por el recordatorio en general. Siempre viene bien pensar en como nos manipulan/nos manipulamos.

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  2. Sempre tractes temes que et fan pensar i encara que hom ja hi hagi barrinat, el teu punt de vista és interessant i la comparació amb el món clàssic, que sembla coneixer bé, un al·licient més. Continua escrivint.

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