Informe 29: Pan y cartas

Durante las semanas de la campaña electoral se pide a los gobiernos de turno que retiren cualquier signo político de las instituciones. La ley establece que aprovecharse del edificio público, que es de todos, para hacer propaganda de partido no es adecuado. A mí me parece una ley lógica, no es que sea un asunto de vital importancia, pero se me antoja una práctica decorosa y de buen estilo. Así se recuerda al ciudadano que durante los periodos electorales el alcalde o presidente es un candidato más y no instrumentaliza las instalaciones ni el aparato público en su beneficio particular, pues no olvidemos que no le pertenecen, simplemente está de paso mientras la ciudadanía quiera.

      Hace un poco más de un año Quim Torra decidió que esa ley no estaba hecha para él y no quiso retirar una pancarta del balcón de la Generalitat. Esta rezaba así: Llibertat presos polítics i exiliats, con un enorme lazo amarillo al lado, y debajo ponía lo mismo en inglés. No se molestaron en ponerlo en castellano, pues su falta de fe en que el Estado español vaya a liberar a esos presos es total. Aunque tampoco yo apostaría muy fuerte por el compromiso anglosajón por dicha causa, siempre está bien internacionalizar las quejas de uno y rascar alguna columna en la prensa extranjera un martes tonto. Más allá de que uno esté de acuerdo con el lema de la pancarta o no, me parece innegable que tiene un sesgo político, tanto por la consideración de presos políticos y exiliados como por el lazo amarillo, que representa una ideología política concreta.

      Hay que hacer notar que nadie le pidió al bueno de Quim que quitase la pancarta y tuvo la absoluta libertad de exhibirla en el balcón de la Generalitat hasta la fecha que dio comienzo la campaña. Podría ser discutible que los partidos que gobiernan usen los edificios públicos para hacer propaganda de sus ideales, pero, en cualquier caso, durante el periodo no electoral eso no vulnera ninguna ley, al menos que yo sepa. Así pues, la pancarta estuvo allí sin mayor sobresalto hasta que se le pidió al president, por escrito y hasta tres veces, que retirara el cartel cuando empezase la contienda electoral. No quiso. No se doblegó, se mantuvo firme, porque Torra es un héroe, insobornable, y no iban a conseguir de él una genuflexión de tal calibre, ni se iba a bajar los pantalones ante la represión brutal del Estado, que le pedía, nada más y nada menos, que hiciera lo que su partido y todos los otros habían estado haciendo toda la vida, a saber: retirar cualquier pancarta de un edificio público durante las tres o cuatro semanas al año que dura una campaña. Luego, si ganaba, la podía volver a colgar.

      Si Ada Colau, en la acera de enfrente de la plaza Sant Jaume, hubiera dejado una pancarta durante las municipales que dijese Izquierda, feminismo y libertad, seguro que a muchos independentistas del partido de Torra les hubiese parecido inmoral y hasta ilegal, y yo lo hubiese entendido. Si Pedro Sánchez, en plena campaña, hubiera dejado puesto un cartel con el lema Progresismo, socialismo y libertad media España y media Catalunya hubieran montado en cólera, y yo lo hubiese entendido. Si Díaz Ayuso, al comenzar la campaña por la comunidad de Madrid dejase puesta una pancarta diciendo Estoy como una cabra, libertad, ley y orden, pues no hubiera estado bien, porque lo de la ley y el orden en Madrid es mentira, y también me hubiese parecido igualmente mal.

      Sin embargo, es necesario comprender que la situación en Catalunya lleva siendo entre histórica y excepcional desde hace ya una década y las leyes que antes se veían como normales ahora son motivo de debate y de vestiduras rasgadas. Uno puede llegar a entender que el lema de la pancarta de Torra sea algo tan emocional para parte de la población y para el propio presidente que el simple hecho de retirarla durante unos días a petición del Estado español sea visto como una renuncia simbólica a tus principios más fundamentales. Aunque, visto así, para Colau el feminismo también es un principio fundamental, lo mismo que para Sánchez el progresismo y para Ayuso su salud mental. Entonces ¿qué sucede? ¿Que los sentimientos de los independentistas son más importantes que los del resto? ¿Y si mañana un ayuntamiento de Vox quiere poner una pancarta antiabortista en plena campaña? Qué tema tan delicado, ¿verdad? ¿Hay que dejarles saltarse la ley porque es un tema sensible para ellos? ¿Y si alguien decide dejar un Cristo colgado en el balcón de una comunidad? ¿Una foto de José Antonio? ¿La cabeza disecada del toro que mató a Manolete?

      Lo fascinante de todo este embrollo es que cuando Quim Torra tuvo claro que le iban a inhabilitar por dejar la pancarta, acto seguido, ¡¡la quitó!! Con un par, de pronto el muy honorable olvidó la genuflexión, la humillación, la represión y sacó la telita de marras, a la espera de convertirse en un mártir de saldo. Efectivamente, Torra fue inhabilitado, se salió de la escena política, sigue cobrando como expresident 122.400 euros al año y hará un par de meses que donó generosamente la pancarta de la discordia al Museu Nacional d’ Història de Catalunya para que la tengan a buen recaudo y se recuerde otro hecho luctuoso más de la historia moderna de este pequeño gran país.

      Dicho todo esto, cabe recordar algo terrible: en plena pandemia, con lo que estamos sufriendo, Catalunya se quedó sin presidente porque este, a mi modo de ver sin ninguna razón que le asistiese, decidió que quería pasar a engrosar la lista de los damnificados por el procés, porque es mucho mejor ser un héroe inhabilitado por la maquinaria represiva del Estado que tratar de lidiar con la situación que asola a los ciudadanos de Catalunya, esa tierra y esas gentes a las que Torra dice amar locamente. Me recuerda a ese futbolista que tiene un mal día y que cuando ve que el partido se pone feo decide autoexpulsarse y hace cualquier tontería, por ejemplo agarra a un contrario por la camiseta para que le saquen la tarjeta. Para colmo, se va al vestuario quejándose del árbitro y dándose cachetes en la mejilla como diciendo «qué cara más dura, cuanta corrupción, cuanta injusticia… Casi que me doy una ducha, cojo el Ferrari y me voy a la mansión a poner un tuit indignado apara que mis followers me den la razón». Yo creo que la irresponsabilidad de Torra ha sido máxima y la falta de respeto a su cargo, a la institución y a los ciudadanos, tanto a los que le votaron como a los que no, absoluta.

      Hoy, más de un año después, nos encontramos de nuevo sumidos en plena campaña electoral, no hay pancarta, nadie habla de ello, nadie la reclama, se les ha olvidado a todos lo que hace un año nos dejó sin presidente, de repente ya no es importante, será que ya no hay sitio en el museo para tanto trapo. Los ciudadanos nos merecemos más y mejor de nuestros dirigentes, sean del partido que sean. Que no se preocupen tanto por España ni por Catalunya y que se ocupen más y mejor de la gente que vivimos en esos conceptos abstractos que son las naciones; de nosotros, los de carne y hueso, ahora más que nunca, cuando nuestra mortalidad se ha puesto a prueba y adivinen, sí, estamos muriendo como chinches mientras el desgobierno, la falta de previsión y hasta la mala fe campan a sus anchas entre la clase política, que, como hizo Quim Torra, se borra para autoeditarse unas pírricas líneas en el libro de su mezquina historia.

 

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